"... arrancarle un jirón de clave, hundirle en el peor de los casos la flecha de la hipótesis, la anticipación del eclipse..."
(Fragmento)
(Fragmento)
De
Jai Singh se presume que hizo construir los observatorios con el elegante
desencanto de una decadencia que nada podía esperar ya de las conquistas
militares, ni siquiera tal vez de los serrallos donde sus mayores habían
preferido un cielo de estrellas tibias en un tiempo de aromas y de músicas;
serrallo del alto aire, un espacio inconquistable tendía el deseo del sultán en
el límite de las rampas de mármol; sus noches de pavorreales blancos y de
lejanas llamaradas en las aldeas, su mirada y sus máquinas organizando el frío
caos violeta y verde y tigre: medir, computar, entender, ser parte, entrar,
morir menos pobre, oponerse pecho a pecho a esa incomprensibilidad tachonada,
arrancarle un jirón de clave, hundirle en el peor de los casos la flecha de la
hipótesis, la anticipación del eclipse, reunir en un puño mental las riendas de
esa multitud de caballos centelleantes y hostiles. También la señorita
Callamand y el profesor Fontaine ahíncan las teorías de nombres y de fases,
embalsaman las anguilas en una nomenclatura, una genética, un proceso
neurendocrino, del amarillo al plateado, de los estanques a los estuarios, y
las estrellas huyen de los ojos de Jai Singh como las anguilas de las palabras
de la ciencia, hay ese momento prodigioso en que desaparecen para siempre, en
que más allá de la desembocadura de los ríos nada ni nadie, red o parámetro o
bioquímica pueden alcanzar eso que vuelve a su origen sin que se sepa cómo, eso
que es otra vez la serpiente atlántica, inmensa cinta plateada con bocas de
agudos dientes y ojos vigilantes, deslizándose en lo hondo, no ya movida
pasivamente por una corriente, hija de una voluntad para la que no se conocen
palabras de este lado del delirio, retornando al útero inicial, a los sargazos
donde las hembras inseminadas buscarán otra vez la profundidad para desovar,
para incorporarse a la tiniebla y morir en lo más hondo del vientre de leyendas
y pavores. ¿Por qué, se pregunta la señorita Callamand, un retomo que condenará
a las larvas a reiniciar el interminable remonte hacia los ríos europeos? Pero
qué sentido puede tener ese por qué cuando lo que se busca en la respuesta no
es más que cegar un agujero, poner la tapa a una olla escandalosa que hierve y
hierve para nadie? Anguilas, sultán, estrellas, profesor de la Academia de
Ciencias: de otra manera, desde otro punto de partida, hacia otra cosa hay que emplumar y lanzar la flecha de la pregunta.
Julio Cortázar (Argentino nacido en Bruselas, Bélgica en 1914 y fallecido en París, Francia, en 1984).
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