(Fragmento del capítulo XVII)
Una noche de enero con luna fueron veinte amigos de excursión en trineo a las casitas de verano junto al lago. Cantaron País de juguete y Llevando a Nelly a casa; saltaban del trineo para echar carreras en la nieve y cuando se cansaban volvían a montar. Los caballos arrancaban con sus cascos una lluvia de pedacitos de hielo que caía sobre los viajeros, metiéndoseles por el cuello, y ellos gritaban, reían y se golpeaban el pecho con sus manos enfundadas en mitones de cuero. Los arneses se entrechocaban y los cascabeles producían un ruido infernal. El perro setter de Jack Eider saltaba delante de los caballos, ladrando furiosamente.
Carol corrió por la nieve como todos. El frío le infundía una energía ficticia. Se sentía capaz de correr durante toda la noche y de dar saltos de veinte pies. Pero tanto exceso de energía llegó a fatigarla, y se refugió en el trineo, abrigándose con unas mantas.
A lo largo del camino, las ramas de los robles dibujaban trazos negros sobre la nieve. Dejaron el camino para deslizarse sobre la superficie helada del lago Minniemashie. Los granjeros habían abierto un verdadero tajo sobre el hielo. La luna iluminaba toda la extensión del lago. Hacía resaltar la blancura de la nieve y convertía los árboles de la orilla en cristales de fuego. La noche era tropical y voluptuosa. En aquella atmósfera mágica no había diferencia entre el calor intenso y el frío penetrante.
Carol estaba absorta en sus sueños. Las voces tumultuosas, incluso la de Guy, que estaba a su lado, no significaban nada para ella. Decía versos mentalmente y las palabras y la luz se confundían, llenándola de una inmensa y vaga felicidad, anuncio de que una gran cosa iba a sucederle. Se recogió en sí misma, huyendo del vocerío, y rindió culto a los dioses impenetrables. La noche se expandía, Carol tenía conciencia del universo y todos los misterios se le rendían sumisos.
La sacaron de su éxtasis los vaivenes del trineo al entrar en el camino escarpado que conducía a la loma donde estaban los hotelitos.
Sinclair Lewis
(Estadounidense fallecido en Italia, 1885-1951). Obtuvo el premio Nobel en 1930.
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