"... ya era un hombre, un hombre fuerte, y por eso no le interesaban ni los heridos ni los muertos."
(Fragmento del capítulo diez)
¡Pobre Isa! No temas que te devuelva la pelota. Jamás te he interesado; jamás te preocupaste de mí; pero durante aquella época menos que en ninguna. Nunca presentiste ese acrecentamiento de angustia que se producía en mí a medida que se sucedían las campañas de invierno. El padre de Lucas había sido movilizado en un ministerio; el niño estaba con nosotros, no solamente las vacaciones de verano, sino el día de Año Nuevo y por Pascua. Le entusiasmaba la guerra. Tenía miedo de que terminase antes de que cumpliera los dieciocho años. El, que nunca había abierto un libro en otras ocasiones, devoraba las obras especializadas y consultaba los mapas. Su cuerpo se desarrollaba metódicamente. A los dieciséis años ya era un hombre, un hombre fuerte, y por eso no le interesaban ni los heridos ni los muertos. De los horribles relatos que yo le obligaba a leer con respecto a la vida en las trincheras, deducía el espectáculo de un deporte terrible y magnífico al cual no siempre se tenía el derecho de jugar: era necesario apresurarse. ¡Oh! Tenía miedo de llegar tarde. Tenía ya en el bolsillo la autorización del imbécil de su padre. Y yo, a medida que se acercaba el fatal aniversario del 18 de enero, seguía estremecido la carrera del viejo Clemenceau, la acechaba, como aquellos padres de los presos que aguardaban la caída de Robespierre antes de que sus hijos fueran llevados a juicio.
François Mauriac (Francia, 1885-1970).
Obtuvo el premio Nobel en 1952,
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