(Fragmento)
Cuando el día de
Año Nuevo los Balek von Bilgan concurrieron a misa mayor con sus nuevas armas
-un gigante sentado al pie de un abeto- en su coche ya campeando sobre azul y
oro, vieron los duros y pálidos rostros de la gente mirándolos de hito en hito.
Habían esperado ver el pueblo lleno de guirnaldas, y que irían por la mañana a
cantarles al pie de sus ventanas, y vivas y aclamaciones, pero, cuando ellos
pasaron con su coche, el pueblo estaba como muerto; en la iglesia, los pálidos
rostros de la gente se volvieron hacia ellos con expresión enemiga, y cuando el
párroco subió al púlpito para decir el sermón, sintió el frío de aquellos
rostros hasta entonces tan apacibles y amables, pronunció pesaroso su plática y
regresó al altar bañado en sudor. Y cuando, después de la misa, los Balek von
Bilgan salieron de la iglesia, pasaron entre dos filas de silenciosos y pálidos
rostros. Pero la joven Balek von Bilgan se detuvo delante, junto a los bancos
de los niños, buscó la cara de mi abuelo, el pequeño y pálido Franz Brücher y,
en la misma iglesia, le preguntó:
- ¿Por qué no
llevaste el café a tu madre?
Y mi abuelo se
levantó y dijo:
- Porque todavía
me debe usted tanto dinero como cuestan cinco kilos de café -y sacando los
cinco guijarros del bolsillo, los presentó a la joven dama y añadió-: Todo
esto, cincuenta y cinco gramos, es lo que falta en medio kilo de su justicia.
Y antes de que
la señora pudiera decir nada, los hombres y mujeres que había en la iglesia
entonaron el canto:
“La Justicia de
la tierra, oh, Señor, te dio muerte…”
Mientras los
Balek estaban en la iglesia, Wilhelm Vohla, el cazador furtivo, había entrado
en el gabinete, habían robado la balanza y aquel libro tan grueso, encuadernado
en piel, en el cual estaban anotados todos los kilos de setas, todos los kilos
de amapolas, todo lo que los Balek habían comprado en el pueblo. Y toda la
tarde del día de Año Nuevo, estuvieron los hombres del pueblo en casa de mis
abuelos contando; contaron la décima parte de todo lo que les habían comprado…
pero cuando habían ya contado muchos miles de marcos y aún no terminaban,
llegaron los gendarmes del comandante del distrito e irrumpieron en la choza de
mi abuelo disparando y empuñado las bayonetas y, a la fuerza, se llevaron la
balanza y el libro. En la refriega murió la pequeña Ludmilla, hermana de mi
abuelo, resultaron heridos un par de hombres y fue agredido uno de los
gendarmes por Wilhem Vohla, el cazador furtivo.
No sólo se
sublevó nuestro pueblo, sino también Blaugau y Bernau, y durante casi una
semana se interrumpió el trabajo de las agramaderas. Pero llegaron muchos
gendarmes y amenazaron a hombres y mujeres con meterlos en la cárcel, y los
Balek obligaron al párroco a que exhibiera públicamente la balanza en la
escuela y demostrara que el fiel de la justicia estaba bien equilibrado. Y
hombres y mujeres volvieron a las agramaderas, pero nadie fue a la escuela a
ver al párroco. Estuvo allí solo, indefenso y triste con sus pesas, la balanza
y las bolsas de café.
Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972.
La lectura del texto íntegro es posible en Ciudad Seva.
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