Todas las cosas llegan a su tiempo, Natanael; cada una de ellas nace de su necesidad y no es, por decirlo así, sino una necesidad exteriorizada. Yo tenía necesidad de un pulmón, me ha dicho el árbol: entonces mi savia se ha convertido en hoja para que pudiera respirar por ella. Luego, cuando ha respirado, mi hoja ha caído y yo no he muerto por ello. Mi fruto contiene todo mi pensamiento sobre la vida.
Natanael, no temas que abuse de esta forma de apólogo, pues no me gusta mucho. No quiero enseñarte más sabiduría de la vida. Pues el pensar es una gran zozobra. Cuando era joven me fatigué siguiendo de lejos las consecuencias de mis actos y no estaba seguro de no pecar sino a fuerza de no obrar.
Luego escribí: no debo la salvación de mi carne sino al irremediable envenenamiento de mi alma. Después ya no comprendí en absoluto lo que había querido decir con eso.
Natanael, no creo ya en el pecado.
Pero tú comprenderás que sólo con mucha alegría se compra un poco de derecho a pensar. El hombre que se dice dichoso y que piensa es el que será llamado verdaderamente fuerte.
Natanael, la desdicha de cada uno proviene de que es siempre cada uno quien mira y subordina a sí mismo lo que ve. No es por nosotros, sino por ella, por lo que cada cosa es importante. Que tu ojo sea la cosa mirada.
Natanael, no puedo comenzar un solo verso sin que aparezca en él tu nombre delicioso.
Natanael, quisiera hacerte venir al mundo.
Natanael, ¿comprendes lo suficiente el patetismo de mis palabras? Quisiera acercar- me a ti más todavía.
Y como para resucitarlo, se tendió Elíseo sobre el hijo de la Sulamita -"la boca sobre su boca, y los ojos sobre sus ojos, y las manos sobre sus manos"-, yo deseo tender mi gran corazón radiante sobre tu alma todavía tenebrosa, tenderme sobre ti todo entero, mi boca sobre tu boca, y mi frente sobre tu frente, tus manos frías en mis manos ardientes, y mi corazón palpitante... ("Y la carne del niño se calentó otra vez", está escrito...) a fin de que en el deleite te despiertes -y luego me dejes- para una vida palpitante y desordenada.
Natanael, he aquí todo el calor de mi alma -llévalo.
André Gide (Francia, 1869-1951).
Obtuvo el premio Nobel en 1947.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario