"Nada de medias, no. Sería inconveniente. Desnuda, completamente desnuda (...) ¿Soy realmente tan hermosa como dice el espejo?"
(Fragmento)
(Fragmento)
No hay más tiempo que perder, ni hay que ser cobarde de vuelta. ¡Abajo la ropa! ¿Quién será el primero? ¿Serás tú, primo Paul? Tienes suerte de que no esté aquí el cabeza de romano. ¿Vas a posar tu boca esta noche sobre mis hermosos senos? ¡Qué bella soy! Berta tiene una blusa de seda negra. Qué refinamiento. Pero yo seré más refinada aún. ¡Será una vida magnífica! Nada de medias, no. Sería incon- veniente. Desnuda, completamente desnuda. Cissy es la que va a envidiarme. Y otras también. Pero ellas no se atreverían jamás a tanto. Y, por consiguiente, todas ellas quisieran tomarme como ejemplo. Yo, la virgen, me atrevo. ¡Ah!, ¡como voy a reírme de Dorsday! Aquí estoy, señor Dorsday. Pronto, al correo. ¡Cincuenta mil! Esto los vale, ¿no es cierto?
¡Soy hermosa, hermosa! ¡Contémplame, noche! ¡Contémplenme, montañas! ¡Cielo, fíjate en lo bella que soy! Pero si ustedes están ciegos. Los de abajo tienen ojos. ¿Me soltaré el cabello? No. Tendría un aire de loca. Y nadie deberá creer que estoy loca. Sólo deberán creerme impúdica. Y canalla. ¿Dónde está el telegrama? Dios mío, ¿dónde puse el telegrama? Aquí, míralo, muy quietecito al lado del veronal. Te suplico aún... cincuenta mil... de otro modo, todo inútil. La dirección sigue siendo Fiala. Oh, sí, este es el telegrama. Un pedazo de papel, con unas letras encima. Expedido en Viena a las cuatro y media. No, ni sueño, todo esto es verdad. Y, en casa, esperan los cincuenta mil florines. Y el señor de Dorsday espera también. Que espera. Tenemos todo el tiempo por delante. Qué agradable es esto de pasearse así, completamente desnuda, a lo largo del cuarto. ¿Soy realmente tan hermosa como dice el espejo? Oh, pero aproxímese, linda señorita. ¡Quiero apretar sus senos contra los míos! ¡Qué fastidio que la luna nos separe! ¡Qué bien nos entenderíamos!, ¿no es verdad? No tendríamos necesidad de nadie más. Hay telegramas y hoteles y montañas, estaciones y bosques, pero no hay hombres. Es que los soñamos. No hay más que el doctor Fiala, que existe con su dirección. Ella sigue siendo la misma. Oh, no estoy nada loca. Sencillamente un poco emocionada. Y hay por qué, cuando se está llamada a venir por segunda vez al mundo. Porque la otra Elsa murió ya. Sí, seguramente estoy muerta. Y sin veronal.
Arthur Schnitzler (Austria, 1862-1931).
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