En el fondo de
la laguna de Antela duerme, sepultada bajo las aguas, la ciudad de Antioquía,
que paga por los siglos de los siglos sus pecados nefandos. Un amo no puede
darse gusto a la carne con la carne del pastor de sus cabras, aunque después lo
estrangule con el cinto, porque eso lo prohíbe la ley de Dios; tampoco un lobo
puede montar a una cierva, ni una mujer coronar de flores a otra mujer desnuda,
preñada o leprosa. Los muertos de Antioquía piden perdón volteando las campanas
la noche de San Juan, pero ni les llega ni les llegará nunca porque están
condenados por toda la eternidad. El que cruza la laguna de Antela pierde la
memoria, no sé si yendo de aquí para allá o viniendo de allá para aquí, y al
rey Artús, cuando andaba a la busca del Santo Grial, los soldados se le
volvieron mosquitos; la laguna de Antela está llena de mosquitos, también hay
ranas y culebras de agua.
Camilo José Cela (España, 1916-2002).
Obtuvo el premio Nobel en 1989.
La ilustración corresponde a una fotografía de la Laguna de Antela en Galicia, España.
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