"La palma de la mano de un hombre, decían, no debe tocar la de la mujer porque es un lugar de comunicación donde un corazón late cerca de otro."
(Fragmento de la segunda parte)
Entonces
se atrevió a cogerle la mano, se aproximaron uno al otro intimidados y, sin
embargo, anhelando algo más. Pero las viejas tradiciones los ataban. La palma
de la mano de un hombre, decían, no debe tocar la de la mujer porque es un
lugar de comunicación
donde un corazón late cerca de otro. Es el primer contacto amoroso entre un
hombre y una mujer, y para ellos una experiencia virgen. A este primer contacto
seguía la consumación del amor.
Mantuvo
su palma contra la de ella hasta que se asustó de su creciente pasión, a la que
no debía ceder.
-
Vamos -dijo resueltamente-, ya es hora de que volvamos a la ciudad.
El
día de su boda fue fijado para el solsticio de verano, el tercer día del mes
lunar y el veintiuno del mes solar. Yulhan avisó a su padre y a su madre y les
dio el nombre de la iglesia en que se celebraría la ceremonia. Él no sabía si
asistirían, no llegó ninguna carta de ellos ni por el viejo criado ni por el
sistema postal que los japoneses habían reformado y puesto en funcionamiento otra
vez. Ni Induk ni él hablaron de sus padres, pero los dos esperaban durante los
días de vacaciones. Los últimos días antes de la boda no volvió a visitar a su padre
por miedo a que su madre insistiera en que debía llevar a Induk a vivir allí.
Induk deseaba una casita propia y él había planeado pedir a su padre una parte
de la tierra que heredaría. Había ahorrado dinero para su construcción, pero no
podía comprar la tierra, porque su precio había subido desde que los japoneses
estaban comprando en todas partes. Ningún coreano podía comprar a menos que
tuviera influencia.
El
día de la boda amaneció brumoso. La estación llamada Pequeño Calor era más
calurosa que de costumbre, y el sol lucía en el cielo como un disco de plata.
-
¿Llevaré mis vestidos coreanos? -preguntó a Induk.
-
Solamente te he visto con estos vestidos occidentales -respondió ella dudosa-,
pero me gustaría casarme con un coreano vestido de coreano.
Su
mejor amigo le ayudó a vestirse. Era un profesor de matemáticas apellidado
Yi, su nombre de pila era Sung-man, un secreto revolucionario pero un hombre
alegre. Sung-man no se había casado y bromeaba ayudándole a ponerse los
vestidos blancos, los zapatos en forma de barca de goma japonesa y el sombrero
de intelectual de crin, copa alta y ala estrecha.
Sung-man
miró a su alto amigo. Él no era guapo, era bajo, robusto y desmañado.
-
¿Eres tú? -exclamó.
-
Me encuentro raro -reconoció Yul-han-, como si fuese mi abuelo.
A
pesar de sus vestidos, fueron andando a la iglesia. Sugman daba dos pasos por
cada uno de los de su amigo. Llegaron a la iglesia y entraron. Los bancos
estaban llenos de gente, hombres a un lado y mujeres en otro. En el altar el
misionero esperaba vestido de negro. Se oía una música extranjera, una clase de
música que Yul-han no había oído nunca. Avanzó por el pasillo central sin mirar
a ninguna parte. Sung-man iba detrás de él. El misionero les hizo colocar a su
derecha, en el altar. Mientras esperaban, aquella música suave se trocó en una
más ruidosa y clara, muy alegre. Yul-han vio a Induk avanzando por el pasillo
al lado de su padre. Delante de ella andaban dos niños, sus hermanos, echando
flores a su paso, y detrás su madre y su hermana mayor. Pero era a Induk a
quien miraba. Llevaba una amplia falda de satén rosa bordada y una chaqueta
corta que hacía juego con ella. Se ocultaba a medias bajo un velo de fina seda
blanca. Avanzó firmemente hacia él y subió los dos escalones mientras él
esperaba tratando de no mirarla, pero viéndola siempre, hasta
que llegó a su lado. De la rara ceremonia no recordaba nada, sólo que cuando el
misionero le preguntó si quería a Induk por esposa contestó en alta voz que sí
quería, y que para esto había ido allí. Se sorprendió de las risitas ahogadas
de algunas mujeres y se preguntó si había dicho alguna cosa que no debía. El
misionero continuó, y antes de que se recobrase oyó que les declaraba marido y
mujer. Dudó, sin saber qué tenían que hacer, pero Induk le guió amablemente
cogiéndose de su brazo, y se encontró caminando por el pasillo con ella.
Había
olvidado a sus padres con la agitación de la ceremonia, pero al llegar a la
puerta vio a su padre en pie, al final del último banco, y pasó lo bastante
cerca de él para tocar su hombro. Padre e hijo se miraron, el uno con gravedad,
el otro con asombrada gratitud. Ahora, Induk
y él estaban en la puerta y salían del templo. Ya estaba hecho, Yul-han era un
hombre casado.
Pearl S. Buck (Estados Unidos, 1892-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1938.
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