Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 21 de julio de 2018

Solsticio: BAMBÚ, de Pearl S. Buck

"La palma de la mano de un hombre, decían, no debe tocar la de la mujer porque es un lugar de comunicación donde un corazón late cerca de otro."
 
(Fragmento de la segunda parte)

Entonces se atrevió a cogerle la mano, se aproximaron uno al otro intimidados y, sin embargo, anhelando algo más. Pero las viejas tradiciones los ataban. La palma de la mano de un hombre, decían, no debe tocar la de la mujer porque es un lugar de comunicación donde un corazón late cerca de otro. Es el primer contacto amoroso entre un hombre y una mujer, y para ellos una experiencia virgen. A este primer contacto seguía la consumación del amor.
 
Mantuvo su palma contra la de ella hasta que se asustó de su creciente pasión, a la que no debía ceder.
 
- Vamos -dijo resueltamente-, ya es hora de que volvamos a la ciudad.
 
El día de su boda fue fijado para el solsticio de verano, el tercer día del mes lunar y el veintiuno del mes solar. Yulhan avisó a su padre y a su madre y les dio el nombre de la iglesia en que se celebraría la ceremonia. Él no sabía si asistirían, no llegó ninguna carta de ellos ni por el viejo criado ni por el sistema postal que los japoneses habían reformado y puesto en funcionamiento otra vez. Ni Induk ni él hablaron de sus padres, pero los dos esperaban durante los días de vacaciones. Los últimos días antes de la boda no volvió a visitar a su padre por miedo a que su madre insistiera en que debía llevar a Induk a vivir allí. Induk deseaba una casita propia y él había planeado pedir a su padre una parte de la tierra que heredaría. Había ahorrado dinero para su construcción, pero no podía comprar la tierra, porque su precio había subido desde que los japoneses estaban comprando en todas partes. Ningún coreano podía comprar a menos que tuviera influencia.
 
El día de la boda amaneció brumoso. La estación llamada Pequeño Calor era más calurosa que de costumbre, y el sol lucía en el cielo como un disco de plata.
 
- ¿Llevaré mis vestidos coreanos? -preguntó a Induk.
 
- Solamente te he visto con estos vestidos occidentales -respondió ella dudosa-, pero me gustaría casarme con un coreano vestido de coreano.
 
Su mejor amigo le ayudó a vestirse. Era un profesor de matemáticas apellidado Yi, su nombre de pila era Sung-man, un secreto revolucionario pero un hombre alegre. Sung-man no se había casado y bromeaba ayudándole a ponerse los vestidos blancos, los zapatos en forma de barca de goma japonesa y el sombrero de intelectual de crin, copa alta y ala estrecha.
 
Sung-man miró a su alto amigo. Él no era guapo, era bajo, robusto y desmañado.
 
- ¿Eres tú? -exclamó.
 
- Me encuentro raro -reconoció Yul-han-, como si fuese mi abuelo.
 
A pesar de sus vestidos, fueron andando a la iglesia. Sugman daba dos pasos por cada uno de los de su amigo. Llegaron a la iglesia y entraron. Los bancos estaban llenos de gente, hombres a un lado y mujeres en otro. En el altar el misionero esperaba vestido de negro. Se oía una música extranjera, una clase de música que Yul-han no había oído nunca. Avanzó por el pasillo central sin mirar a ninguna parte. Sung-man iba detrás de él. El misionero les hizo colocar a su derecha, en el altar. Mientras esperaban, aquella música suave se trocó en una más ruidosa y clara, muy alegre. Yul-han vio a Induk avanzando por el pasillo al lado de su padre. Delante de ella andaban dos niños, sus hermanos, echando flores a su paso, y detrás su madre y su hermana mayor. Pero era a Induk a quien miraba. Llevaba una amplia falda de satén rosa bordada y una chaqueta corta que hacía juego con ella. Se ocultaba a medias bajo un velo de fina seda blanca. Avanzó firmemente hacia él y subió los dos escalones mientras él esperaba tratando de no mirarla, pero viéndola siempre, hasta que llegó a su lado. De la rara ceremonia no recordaba nada, sólo que cuando el misionero le preguntó si quería a Induk por esposa contestó en alta voz que sí quería, y que para esto había ido allí. Se sorprendió de las risitas ahogadas de algunas mujeres y se preguntó si había dicho alguna cosa que no debía. El misionero continuó, y antes de que se recobrase oyó que les declaraba marido y mujer. Dudó, sin saber qué tenían que hacer, pero Induk le guió amablemente cogiéndose de su brazo, y se encontró caminando por el pasillo con ella.
 
Había olvidado a sus padres con la agitación de la ceremonia, pero al llegar a la puerta vio a su padre en pie, al final del último banco, y pasó lo bastante cerca de él para tocar su hombro. Padre e hijo se miraron, el uno con gravedad, el otro con asombrada gratitud. Ahora, Induk y él estaban en la puerta y salían del templo. Ya estaba hecho, Yul-han era un hombre casado.
 

Pearl S. Buck (Estados Unidos, 1892-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1938.

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