"Pensaba que un nuevo mundo se abriría ante mí, un mundo lleno de magia y maravilla. Lo que encontré, naturalmente, fue el más vulgar carnaval..."
(Fragmento de la Tercera Parte)
(Fragmento de la Tercera Parte)
El viento silbante se calló en tres
ocasiones, casi amainando: pero las mismas tres veces volvió a la carga, tan
cálido y enloquecedor como siempre; la paciencia de la gente empezaba a
quebrantarse.
Einstein,
Joyce y Babcock estaban reunidos nuevamente; en aquella ocasión en el estudio
de Einstein, donde habían quedado a las tres. El profesor parecía era el más alegre
del trío, pues se había recuperado de la larga noche anterior con la única
ayuda de unas pocas horas de sueño y la estimulación intelectual de su clase de
Física del mediodía. Joyce estaba todavía un poco descolgado, y se le notaba.
Babcock, tras yacer espasmódico en un diván del salón de Joyce durante casi
toda la mañana, apenas se encontraba algo menos desesperado que la noche
anterior.
-
Bien, Jeem -empezó Einstein-, honestamente: ¿qué le parecen las notables
aventuras de nuestro amigo?
-
¿Honestamente? -repitió Joyce-. Empiezo a preguntarme si tales cosas son
posibles.
Einstein
no respondió; pero su mirada era una clara invitación a Joyce para que
continuase.
-
En una ocasión -comentó Joyce pensativamente-, una feria llamada Arabia llegó a
Dublín. Yo me podía pasar diez horas diarias devorando toda clase de literatura
romántica sobre el misterioso Oriente, los secretos de los sufíes, la magia de
los derviches, Aladino y Ali Babá y cosas de ese tipo. ¿Puedes imaginarte lo
que significó para mi la palabra «Arabia»? Mi impaciencia y excitación según se
acercaba el día de la feria eran del mismo orden que mis emociones, pocos años
después, cuando, nervioso, penetré en el Distrito de las Luces Rojas para
buscar una prostituta por primera vez. Pensaba que un nuevo mundo se abriría
ante mí, un mundo lleno de magia y maravilla. Lo que encontré, naturalmente,
fue el más vulgar carnaval, dedicado a entretener a los palurdos y vaciar los
bolsillos de los más lerdos.
Babcock
miró confundido al oír el discurso; Einstein se mostraba solemne. El silencio
duró hasta que Joyce volvió a hablar.
-
Mr. William Butler Yeats y sus amigos -continuó Joyce, sin más-, vivían en
Arabia. Para ellos era real. Ciertamente, más real que sus sirvientes.
Avanzamos todos los días por el mundo de la experiencia pero mentalmente vamos
tan desnudos como Adán en el Edén. Me atrevería a decir que sólo tenemos
ciertas ideas fijas acerca de si ir al bar de la esquina, a la feria llamada
Arabia, o al Polo Sur con Amundsen. Si un carterista entrase en esta
habitación, buscaría carteras que saquear; si a Sócrates le hicieran pasar a la
feria llamada Mileva -se inclinó caballeroso hacia la cocina, donde la señora
Einstein podría estar escuchando-, Sócrates buscaría mentes a las que poder
preguntar. Si Mr. Yeats estuviera aquí, sólo vería meras sombras materiales de
las Eternas Ideas Espirituales conocidas como Ciencia -señalando a Einstein-,
Arte –apuntándose irónico a sí mismo- y Misticismo -marcó a Sir John-. Veo a
tres personas con vidas diferentes -concluyó abruptamente.
-
Con todo esto -preguntó Einstein con sequedad-, ¿quiere decir que la gente del
Amanecer Dorado no parece más loca que el resto del mundo?
-
Estoy diciendo -replicó Joyce- que puedo ver al mundo del mismo modo que Yeats
y los ocultistas: como una aventura espiritual llena de Profecías y Símbolos.
También puedo verlo, si lo prefiero, como me enseñaron a pensar los jesuitas
cuando era joven: como un valle de lágrimas y una red de pecado. O puedo
considerarlo según la épica homérica, o como una deprimente y novela
naturalista de Zola. Me interesa estudiar todas las facetas. Sir John se
inclinó hacia adelante, repentinamente interesado.
-
Creo que empiezo a comprenderle un poco –dijo-. Afirma que yo vivo en una
novela gótica mientras usted prefiere hacerlo en una de Zola.
-
No exactamente -contestó Joyce-. La escuela de Zola es unidimensional. Yo busco
una visión multidimensional. Quiero ver el fondo de las novelas góticas, de las
de Zola y de todas las mascaradas para ver luego más allá.
-
Fascinante -confesó Einstein-. Fascinante.
Robert Anton Wilson (Estados Unidos, 1932-2007)
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