Regresa la primavera a Vancouver.

domingo, 2 de julio de 2017

Carnaval: EL PASTOR, de Iván Bunin

"... y las ágiles aldeanas bailaban con apasionamiento, dando vueltas en las nubes de nieve."
 
(Fragmento del capítulo I)
 
Era domingo de carnaval. Desde la colina junto al río llegaban sordamente, a través del bramido de la ventisca creciente, voces ebrias, cantos, retintín de cascabeles: el almacenero, el zapatero, el uriadnik, los tnuyik, todos paseaban en trineo con sus huéspedes, muchachas, aldeanas jóvenes, parientes. Aquel bullicio engendraba alegría y al mismo tiempo tristeza, pues ya se presentía la fatiga y, por tanto, el fin de la fiesta.

Una vez enganchado Koroliok, el oficial, vistiendo un amplio abrigo y papaja, fue en busca de Liubka, que tenía el rostro radiante de felicidad. Vestía ésta un abrigo de piel liviana con cuello de color castaño y tenía envuelta la cabeza con una chalina gris. Al bajar de la escalinata dando pasos cortos y vacilantes, se resistía riendo, pero dejándose arrastrar.

Ignat había traído el potro tordillo, y el caballo, sostenido por la brida, miraba de soslayo de un modo siniestro e inteligente al oficial y la chalina de seda roja que envolvía aquel cuello delgado, lleno de cicatrices y postillas avellanadas. Por su parte Ignat no dejaba de mirar el borde blanco del vestido de Liubka y sus botitas toscas, ensebadas, a las que no se adhería la nieve.

Más tarde, cuando Ignat se dirigía a la era en su trineo aldeano, castigando con la cuerda el huesudo caballito, Koroliok le adelantó, casi rozándole con su humeante vaho, trotando furiosamente y resollando por la nieve que soplaba en sentido contrario, y pronto desapareció lo mismo que el trineo entre las nubes de la nevasca, que sombría y alegremente se desencadenaba en los campos brumosos. Grandes copos de nieve caían sobre el ancho lomo de Koroliok, sobre el papaja, las charreteras y la elegante bota con espuela que se apoyaba en el patín de hierro. Con la mano izquierda, cubierta por guante de gamuza, el oficial sostenía las riendas, de color azul claro, y con la otra apretaba contra sí la cabeza envuelta en la chalina gris, inclinándose sobre ella.

En este momento Ignat tomó la firme decisión de trocar su acordeón, el único bien que poseía, por un par de botas viejas del peón Iashka.

Después de haber apilado suficiente paja, nuestro mozo no fue a reunirse con la muchedumbre que se divisaba confusamente entre la nevisca nocturna en la plazuela frente a la iglesia, bajo los cobertizos de las isbas. Allí, como poseídas, tratando de superarse unas a otras, resonaban las alegres melodías de los acordeones, sofocadas a veces por el viento y por los cantos, y las ágiles aldeanas bailaban con apasionamiento, dando vueltas en las nubes de nieve. Pero Ignat, hundiéndose a cada paso en la nieve, se arrastró dificultosamente a lo largo de la plazuela hacia la casa del almacenero, y allí durante dos horas permaneció de pie, sin apartar la vista de las ventanas, contemplando a través de los vidrios empañados las sombras ondeantes de los danzarines.

 
Iván Bunin (Ruso fallecido en Francia, 1870-1953). Obtuvo el premio Nobel en 1933.

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