"... mientras se dirigía a una fiesta un martes de Carnaval, perdió el habla y murió al cabo de un rato..."
Vidas
(Fragmento)
¿Cuándo existe una persona? Esa
pregunta no vale para los dioses, claro está, pues, como afirma Hesíodo con
rotundidad, la vida de los dioses es eterna. No, esta vez nos referimos a las
personas, a los mortales, esas criaturas perecederas que viven más que las
flores o los insectos pero menos que ciertas tortugas. La mayoría de personas
ha existido porque ha vivido. Es decir, han existido para sí mismas o para su
entorno, pero, una vez desaparecidas o fallecidas las personas de su entorno,
por lo general ya nadie se acuerda de ellas. De momento no voy a entrar a
valorar si eso importa o no. Recordemos a los sacerdotes de la antigüedad
clásica, los prisioneros de los aztecas, los funcionarios egipcios, los
cazadores austriacos del siglo XV, los misioneros de las colonias españolas,
las víctimas de los terremotos, los soldados en la guerra de los bóers, miles
de millones de personas de las que sabemos que han existido como especie, pero
cuya existencia como personas ignoramos. ¿Importa eso? ¿Afecta eso en algo al
valor de sus vidas? ¿Fueron sus vidas menos plenas porque nosotros las
ignoremos, porque no conozcamos sus nombres ni sepamos dónde yacen enterradas?
Para esas personas sólo existió su propia vida comprendida entre el nacimiento
y la muerte, una existencia de felicidad o desventuras, azarosa o monótona, una
vida que rozó los acontecimientos históricos o participó directamente en ellos.
Puede que sus nombres no figuren en el libro de la Historia, que de todos modos
se lee cada vez menos, y yo me pregunto de nuevo: ¿importa eso? ¿Importa que
esas personas no hayan creado nada, no hayan escrito ningún libro o no hayan
cometido un vil asesinato? No. Y, sin embargo, de ser eso cierto, ¿por qué me
acuerdo hoy de una duquesa con joroba que era una gran bailarina? ¿De un
marqués que era un sinvergüenza sin par? ¿De un pérfido duque que en el Pont
Royal, mientras se dirigía a una fiesta un martes de Carnaval, perdió el habla
y murió al cabo de un rato en su retrete, con la cara deformada por una mueca
espantosa? ¿Cómo es posible esto? Es de noche, ya tarde. He abierto uno de los
numerosos volúmenes de las Memorias
del duque de
Saint-Simon por una página cualquiera y he ido a parar a un año cualquiera, en este
caso 1710: la vida en la corte de Luis XIV, la política internacional, las
intrigas cortesanas, asuntos de poder y posición social. Chismorreos relatados
con la pluma inmisericorde del duque, que en un par de líneas es capaz de hacer
un retrato despiadado de las personas, rescatándolas así de la oscuridad del
olvido e infundiéndoles vida. Tres personas que murieron sucesivamente en poco
tiempo y que él recuerda con unos cuantos trazos de su pluma.
Cees Nooteboom (Holanda, 1933).
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