Regresa la primavera a Vancouver.

viernes, 10 de febrero de 2023

Conejos: ROB ROY, de Walter Scott

"Estás loco, Rob -replicó el bayle-, tan loco como una liebre en marzo."

(Fragmentos)

Del capítulo quinto

Llamé, pero nadie acudió, irritándome más y más el servir de objetivo a la curiosidad de la servidumbre. Cabezas de hombres y de mujeres asomaban, alargándose, en muchas ventanas y se retiraban súbito, como conejos en sus madrigueras, no bien volvía yo la vista hacia ellas.

El regreso de los cazadores y de la jauría me sacó de apuros; pero no sin algún trabajo conseguí que un majadero criado se encargara de los caballos, y que otro me acompañara a la presencia del dueño de la casa. El palurdo desempeñó su cometido con la galantería de un rústico obligado a guiar una patrulla enemiga, siéndome indispensable no perderle de vista para impedirle que me abandonara en aquel dédalo de corredores bajos y abovedados que desembocaban en lo que él llamó salón de piedra, donde debía yo ser conducido a la graciosa presencia de mi tío.

Del capítulo vigésimo tercero

Estás loco, Rob -replicó el bayle-, tan loco como una liebre en marzo. Y ¿por qué una liebre anda más loca en marzo que en la época de San Martín? La respuesta es superior a mi inteligencia...

Del capítulo trigésimo

A la izquierda y a través de un valle, serpenteaba el río Forth, cuyo curso hacia el Oriente, alrededor de una preciosa colina enteramente aislada, se dibujaba una guirnalda de bosques. A la derecha, y en medio de una porción de desnudas peñas, espesos jarales y montículos, se extendía un vasto lago; el soplo de la brisa matinal movía, a trechos, leves ondas, en las cuales brillaban facetas de luz en chispeantes reflejos. Ribazos, rocas y empinadas montañas, profusamente cubiertas de abedules y de encinas, formaba un cuadro encantador en aquella loma. El murmullo de las hojas, unido a las combinaciones del reverberar del sol, daban a la profunda soledad un aspecto de movimiento y de vida. El hombre solitario se advertía en un estado de inferioridad, en un escenario que se magnificaba exaltando las formas ordinarias de la naturaleza. Dejamos tras de nosotros el llamado clachan de Aberfoil: miserable caserío, compuesto de una docena de chozas, o, según expresión del bayle, de madrigueras de conejos, construidas con pedruscos y sucia argamasa y grosera- mente revestida de turba y de ramas de árboles entrelazadas. Los informes techos eran tan rayanos de tierra que, según observación de Andrés, hubiéramos podido, la anterior noche, trotar por encima de ellos, sin notarlo, a no andar nuestras cabalga- duras a través de los mismos.

Sir Walter Scott (Escocia, 1771-1832).

La ilustración corresponde a For better, for worse: Rob Roy and the Bailie (1886), de John Watson Nicol.

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