Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Equinoccio: CIEN AÑOS DE SOLEDAD, de Gabriel García Márquez

"... un estante donde ella misma ordenó los libros casi deshechos por el polvo y las polillas..."

(Fragmento del capítulo IV)

La armonía recobrada sólo fue interrumpida por la muerte de Melquíades. Aunque era un acontecimiento previsible, no lo fueron las circunstancias. Pocos meses después de su regreso se había operado en él un proceso de envejecimiento tan apresurado y critico, que pronto se le tuvo por uno de esos bisabuelos inútiles que deambulan como sombras por los dormitorios, arrastrando los pies, recordando mejores tiempos en voz alta, y de quienes nadie se ocupa ni se acuerda en realidad hasta el día en que amanecen muertos en la cama. Al principio, José Arcadio Buendía lo secundaba en sus tareas, entusiasmado con la novedad de la daguerrotipia y las predicciones de Nostradamus. Pero poco a poco lo fue abandonando a su soledad, porque cada vez se les hacía más difícil la comunicación. Estaba perdiendo la vista y el oído, parecía confundir a los interlocutores con personas que conoció en épocas remotas de la humanidad, y contestaba a las preguntas con un intrincado batiburrillo de idiomas. Caminaba tanteando el aire, aunque se movía por entre las cosas con una fluidez inexplicable, como si estuviera dotado de un instinto de orientación fundado en presentimientos inmediatos. Un día olvidó ponerse la dentadura postiza, que dejaba de noche en un vaso de agua junto a la cama, y no se la volvió a poner. Cuando Úrsula dispuso la ampliación de la casa, le hizo construir un cuarto especial contiguo al taller de Aureliano, lejos de los ruidos y el trajín domésticos, con una ventana inundada de luz y un estante donde ella misma ordenó los libros casi deshechos por el polvo y las polillas, los quebradizos papeles apretados de signos indescifrables y el vaso con la dentadura postiza donde habían prendido unas plantitas acuáticas de minúsculas flores amarillas. El nuevo lugar pareció agradar a Melquíades, porque no volvió a vérsele ni siquiera en el comedor. Sólo iba al taller de Aureliano, donde pasaba horas y horas garabateando su literatura enigmática en los pergaminos que llevó consigo y que parecían fabricados en una materia árida que se resquebrajaba como hojaldres. Allí tomaba los alimentos que Visitación le llevaba dos veces al día, aunque en los últimos tiempos perdió el apetito y sólo se alimentaba de legumbres. Pronto adquirió el aspecto de desamparo propio de los vegetarianos. La piel se le cubrió de un musgo tierno, semejante al que prosperaba en el chaleco anacrónico que no se quitó jamás, y su respiración exhaló un tufo de animal dormido. Aureliano terminó por olvidarse de él, absorto en la redacción de sus versos, pero en cierta ocasión creyó entender algo de lo que decía en sus bordoneantes monólogos, y le prestó atención. En realidad, lo único que pudo aislar en las parrafadas pedregosas, fue el insistente martilleo de la palabra equinoccio equinoccio equinoccio, y el nombre de Alexander Von Humboldt. Arcadio se aproximó un poco más a él cuando empezó a ayudar a Aureliano en la platería. Melquíades correspondió a aquel esfuerzo de comunicación soltando a veces frases en castellano que tenían muy poco que ver con la realidad. Una tarde, sin embargo, pareció iluminado por una emoción repentina. Años después, frente al pelotón de fusilamiento, Arcadio había de acordarse del temblor con que Melquíades le hizo escuchar varias páginas de su escritura impenetrable, que por supuesto no entendió, pero que al ser leídas en voz alta parecían encíclicas cantadas. Luego sonrió por primera vez en mucho tiempo y dijo en castellano: «Cuando me muera, quemen mercurio durante tres días en mi cuarto.» Arcadio se lo cantó a José Arcadio Buendía, y éste trató de obtener una información más explícita, pero sólo consiguió una respuesta: «He alcanzado la inmortalidad.»
 

Gabriel García Márquez (Colombiano fallecido en México, 1927-2014).
Obtuvo el premio Nobel en 1982.

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