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sábado, 17 de abril de 2021

Miércoles de ceniza: 1492, VIDA Y TIEMPOS DE JUAN CABEZÓN DE CASTILLA, de Homero Aridjis

"Cada noche allí estaba Isabel, desnuda, abierta, urgente; sin más ansias que las de su propio deseo..."

(Fragmento)

Siempre las campanas llamaban a misa. Lo mismo durante las fiestas de Reyes y de la Candelaria, en las que nos entreteníamos mirando las estrellas desde el corral a oscuras o la larga procesión de candelas camono de la iglesia, hacia la misa.

Del Miércoles de Ceniza nos dábamos cuenta sólo por las cabezas cenicientas que pasaban delante de la ventana de la calle como rumbo a una tumba. En clausura estricta pasábamos los días públicos, más callados cuanto más ruido había en la calle, más solitarios cuanto más fuegos se encendían en las plazas, cuantos más gritos de algarabía traspasaban nuestras paredes. A menudo, el único esplendor que compartíamos con la demás gente de la villa era el de los relámpagos y la única fiesta la de la lluvia, que caía sobre nuestro tejado con la misma furia que caía sobre los tejados de otros.

Encerrados o no encerrados lo mismo nos daba, nos amábamos como si en nuestros abrazos convergieran todos los espíritus desamparados de Castilla, todos los finados incorpóreos que flotaban en el aire sin lugar fijo en el espacio, todas las ánimas que andaban desde hace siglos buscando su nacimiento, sin poder conformarse en ningún cuerpo.

Cada noche allí estaba Isabel, desnuda, abierta, urgente; sin más ansias que las de su propio deseo ni más triunfo que el del amor cumplido; mientras nuestros cuerpos, tal vez, en la mente de los inquisidores polvoreaban en la ceniza, en la memoria de la muerte.

Homero Aridjis (México, 1940).

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