(Fragmento)
Al día siguiente cruzó Hermanas y tomó la polvorienta carretera al oeste del pueblo, esa misma tarde se detuvo en la encrucijada delante del almacén en Hatchita y dirigió la mirada hacia el suroeste donde el último sol brillaba sobre la sierra de las Ánimas y supo que nunca volveria a ir allí. Atravesó el valle de las Ánimas arrastrando lenta- mente la narria; hacerlo le llevó todo el día. Cuando a la mañana siguiente entró en el pueblo de Las Ánimas, era miércoles de ceniza según el calendario y las primeras personas que vio eran mexicanos con señales de tizne en la frente, cinco niños y una mujer andando en fila india por el polvoriento borde del camino a la salida del pueblo. Les dio los buenos días, pero ellos se limitaron a santiguarse al ver el cuerpo que llevaba en la narria y pasaron de largo. Compró una pala en la ferretería y salió del pueblo hacia el sur hasta que llegó al pequeño cementerio, donde maneó al caballo y lo dejó paciendo fuera del recinto mientras se ponía a cavar la tumba.
Cormac McCarthy (Estados Unidos, 1933).
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