(Párrafo inicial del capítulo 11)
Sólo las horas que pasaba en vía Po no me parecían perdidas. Me tocaba también andar en busca de una u otra cosa; a veces veía a alguien en el hotel. El miércoles de ceniza, albañiles y pintores habían terminado; quedaba el trabajo más difícil, la decoración. Estuve a punto de coger de nuevo el tren e ir a discutirlo otra vez todo; por teléfono no había forma de entenderse con Roma. Me decían: «Confiamos en ti, decide», y al día siguiente telegrafiaban que esperara una carta. El arquitecto decorador vino a cenar conmigo en el hotel; acababa de regresar de Roma y tenía una carpeta llena de bocetos. Pero era joven y contemporizaba; no quería compro- meterse y me dio la razón; al mirarlos desde aquí, todos los bonitos proyectos de Roma se derrumbaban. Había que contar con la luz de los soportales y tener presentes los otros comercios de la piazza Castello y de vía Po. Me convencí de que tenía razón Morelli; el sitio era imposible, barrios como ese ya no quedan en Roma, quizá sólo extramuros. La gente pasea por vía Po sólo el domingo.
Cesare Pavese (Italia, 1908-1950).
La ilustración corresponde a una fotografía de Piazza Castello en Turín, Italia, durante los años treinta.
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