"Nuestros marineros claman a porfía (…) que lleguemos a Creta, cuna de nuestros antepasados..."
(Fragmento del Tercer Libro)
En alas de la fama llegan a nuestros oídos nuevas de
que el caudillo Idomeneo, arrojado del reino de sus padres, ha huido, dejando
desamparadas las playas de Creta; de que sus moradas están libres de enemigos,
y de que allí nos esperan habitaciones abandonadas. Salimos del puerto de
Ortigia, y volando por el piélago, dejamos atrás a Naxos con sus collados cubiertos
de bacantes, a la verde Donusa, a Olearo y a la blanca Paros; las Cícladas,
esparcidas por el mar y una multitud de estrechos y de lenguas de tierra.
Nuestros marineros claman a porfía, encareciendo unos con otros sus deseos, de que
lleguemos a Creta, cuna de nuestros antepasados; y favorecidos del viento, que
se levantó a popa, llegamos en fin prósperamente a las playas de los antiguos
Curetes. Al punto, llevado de mi impaciencia, hago empezar a construir los muros
de la anhelada ciudad, a la que pongo por nombre Pérgamo, exhortando a mi
gente, entusiasmada de aquella denominación troyana, a que ame sus nuevos
hogares y levante al punto una fortaleza. Ya habíamos sacado a la seca playa
casi todas nuestras naves; ya nuestra juventud celebraba fiestas nupciales y
atendía al cultivo de nuestros nuevos campos; yo empezaba a darles leyes y
viviendas, cuando de repente sobrevino un año de horrible peste, producida por
la corrupción del aire, mortífera para los hombres, los árboles y los
sembrados. Los que no perdían la dulce vida, la arrastraban entre crueles
enfermedades; pasaba esto en la estación en que Sirio abrasa con sus rayos los
campos esterilizados; las yerbas estaban secas, y las mieses, agostadas,
negaban todo sustento. Entonces mi padre me exhortó a que, cruzando el mar, fuese
a consultar segunda vez el oráculo de Febo en su templo de Ortigia, y a
implorar su clemencia, preguntándole qué término tiene señalado a nuestras
cansadas peregrinaciones, de dónde nos manda que probemos a sacar remedio a
nuestros trabajos, adónde en fin, hemos de enderezar el rumbo.
Publio Virgilio Marón: Publius Virgilius Maro (Imperio romano, 70 a. de C.-19 a. de C.)
(Traducido al español por Eugenio de Ochoa).
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