El cuento del Bulero
(Fragmento)
Mi historia es sobre tres trasnochadores. Mucho antes
de que la campana tocase para las oraciones de las seis, ya hacía rato que
estaban bebiendo dentro de la taberna. Mientras se hallaban allí sentados,
oyeron una campanilla que sonaba precediendo a un cadáver que era conducido a
la tumba. Uno de esos tres llamó al mozo y le dijo:
- Corre y averigua de quién
es el cadáver que llevan. Espabílate y mira de enterarte bien del nombre.
-
Señor -repuso el muchacho-, no hay necesidad de ello, pues me lo dijeron dos
horas antes de que ustedes llegasen aquí. Se trata, por cierto, de un viejo
amigo de ustedes. Fue muerto de repente la noche pasada, mientras se hallaba
tendido sobre un banco, borracho como una cuba. Se le acercó un ladrón -al que
llaman Muerte-, que anda por ahí matando a todos los que puede en la comarca, y
le atravesó el corazón con una lanza, yéndose luego sin pronunciar palabra. Ha
asignado a millares en la presente peste, y me parece, señores, que es preciso
que tomen precauciones antes de enfrentarse con un adversario así. Deben estar
siempre preparados por si sale a su encuentro (mi madre así me lo advirtió). No
les puedo decir nada más.
- ¡Por Santa María! -intervino el posadero-. Lo que
dice el muchacho es cierto. Este año ha matado a todo hombre, mujer, niño,
trabajador en la granja y criado en un gran pueblo que se halla a más o menos
una milla de aquí, que es, por cierto, el lugar en el que, creo, vive. Lo más
juicioso resulta estar preparados para que no los hiera.
- ¿Eh? -dijo el
trasnochador-. ¡Por el Sagrado Corazón! ¿Tan peligroso resulta toparse con él?
¡Por los huesos del Señor, juro que le buscaré por calles y caminos! Escuchad,
amigos: nosotros tres somos uno; cojámonos de la mano y jurémonos eterna
hermandad recíprocamente, y entonces salgamos a matar a este falso traidor
llamado Muerte. Por el esplendor divino, este asesino deberá morir antes de
medianoche.
Los tres juntos dieron su palabra de honor de vivir o morir por los
demás, como si se hubiese tratado de hermanos de la misma sangre. Entonces se
levantaron, borrachos de ira, y se pusieron en camino hacia el pueblo del que
el posadero había hablado. Durante todo el trecho fueron desmembrando el santo
cuerpo de Jesús con sus infames juramentos. Darían muerte a la Muerte si podían
ponerle la mano encima.
Geoffrey Chaucer (Inglaterra, 1343-1400).
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