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sábado, 15 de enero de 2022

Día de reyes: LA BUENA FAMA, de Juan Valera

"... y que comerciaba en sedas, perfumes, especierías y piedras preciosas."

(Fragmento del capítulo XII)

Cautivo ya, le llevaron a Damasco; y como el mal olor de la pobreza penetra y ofende las narices más tabicadas, los muslimes que le habían cautivado olieron pronto que nadie daría un ardite por su rescate, y le vendieron a un mercader parsi o güebro, devotísimo de Zoroastro, y que comerciaba en sedas, perfumes, especierías y piedras preciosas. Don Adolfo, que, según hemos dicho, poseía el don de gentes, se ganó a escape el aprecio y el cariño del mercader, tuvo vara alta en su casa y le acompañó en sus viajes. Ambos, embarcándose en una nave que zarpó de Ormuz, traspusieron a la India oriental y visitaron sus más antiguas y magníficas ciudades.

No es del caso referir aquí los inauditos sucesos, los lances de amor y fortuna y las interesantes impresiones de don Adolfo en aquellas regiones del aurora, casi domina- das entonces por los Guridas, que habían suplantado a los indignos y débiles suceso- res de Mahamud de Gasna.

Bástenos saber que don Adolfo se hizo por allí grande amigo de un sujeto muy impor- tante que era ya amigo de su amo. Su buen humor, su despejo y sus chistes cayeron tan en gracia a aquel señor indio, que continuamente quería tener a don Adolfo en su compañía; y como ya era anciano y sin hijos, se dio a querer a don Adolfo como se quiere un padre.

Y fue lo más singular que este señor no era un cualquiera, sino uno de los más prodigiosos sabios y magos que ha habido en Oriente. Gustaba mucho de los cristia- nos, cifrando su mayor gloria en descender del más ilustre de los tres reyes magos que vinieron al portal de Belén. Él se jactaba de ser el cuadragésimo nieto del que nosotros llamamos Melchor, aunque en la India tenía otro nombre. Lo que es yo ni afirmo ni niego esta descendencia; pero no me explico por qué se enfurecía tanto don Prudencio cuando de ella se hablaba. Los reyes magos fueron personas de carne y hueso; y como no consta que hiciesen voto de castidad, bien pudieron dejar sucesión que hasta el siglo XIII se perpetuase.

Juan Valera (España, 1824-1905).

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