(Fragmento del capítulo IX)
Y su magnífico cuerpo continuaba siendo un milagro de
vigor; sus ojos, claros y vivos, y su piel donde no estaba quemada, tan blanca
y tersa como la de un chiquillo. Tampoco tenía el rostro surcado por arrugas.
Ni aun cuando fue muy viejo tuvo la cara arrugada. Su vasta frente permanecía
tranquila e intactas sus tersas mejillas. Esto era tener una mente
imperturbable y segura sí misma. Era un alma perfectamente feliz, viviendo en
un cuerpo fuerte y sometido.
Así anduvo por todas partes a través de la epidemias y las enfermedades y permaneció sano e inmune a ellas. Si tenía un poco de malaria una tableta de quinina lo ponía bien: tan rápidamente respondía su cuerpo sano. Con el transcurso del tiempo, parecía que hubiese adquirido la inmunidad de su cuerpo y no volvió a tener malaria nunca más. Una y otra vez entraba en áreas afectadas por el hambre a aportar su alivio, y otros misioneros regresaban con tifus, pero él jamás. Escapó a la viruela, si bien incluso él se extrañaba de ello, porque durante años enteros no se acordó de hacerse vacunar. «Se me ha ido de la cabeza», solía decir con calma. Sólo una vez estuvo gravemente enfermo durante su juventud y madurez, y fue de una insolación, cogida un día de calor espantoso en Shanghai. Durante seis semanas yació sin sentido, librando las batallas de sus sueños, discutiendo con sus enemigos, los misioneros y los mandarines, y planeando nuevos campos de extensión. Ampliar, extender, alcanzar nuevas almas: ésta era la interminable pasión tanto en su delirio como en su vida.
Pearl S. Buck (Estados Unidos, 1892-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1938.
(Traducido al español por Manuel Bosch Barrett).
(Traducido al español por Manuel Bosch Barrett).
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