Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 16 de junio de 2020

Epidemias: EL CASO MAURIZIUS, de Jakob Wassermann


"... durante toda la noche permanecieron reunidos junto a una botella de Liebfraumilch…"

(Fragmento del capítulo tercero de la primera parte)

Hasta entonces había llevado una existencia simple, pero que se había hecho, es cierto, de más en más sombría con los años, en el curso de los cuales la lucha que realizaba por establecer la inocencia de su hijo se había convertido en su pasión dominante. De su matrimonio con la hija de un pastor del alto valle del Rin habían nacido cuatro hijos, tres varones y una mujer. Poseía un terreno cerca de Gelnhausen, cuyos viñedos daban considerables beneficios. Llevaba con su familia una vida exenta de preocupaciones. Una epidemia de tifus estalló en el verano de 1900 y le quitó, en el espacio de dos semanas, su mujer, su hija y dos de sus hijos. El más joven, Leonardo, tenía entonces veinte años y estudiaba en la Universidad de Bonn. Era ya, sin duda alguna, el favorito de su padre, quien veía en su benjamín a alguien extraordinario y que lo dominaba hasta la debilidad con sus talentos y su fina gracia de jovencita; pero después de la catástrofe de una cuádruple muerte, que sólo dejara al padre a Leonardo como único hijo, esa simple preferencia se convirtió en idolatría. Fue para el joven, al mismo tiempo, un padre y una madre. Cuando pasaba un día sin tener noticias de aquél, se inquietaba. Los pedidos de dinero del joven -pedidos que no eran precisamente moderados- los satisfacía sin objeción, aun cuando en el decurso de los años había disminuido considerablemente el rendimiento de la tierra y la instalación de un gran lagar le resultó un negocio desdichado, que lo obligó a cargarse de pesadas hipotecas para hacer frente a sus compromisos. Leonardo no se preocupaba en absoluto por tales cosas. Seguro de que haría una brillante carrera, adulado por sus camaradas y profesores, bien acogido en la mejor sociedad, su actitud natural había llegado a ser la de un vencedor cuyo éxito desarma. El padre no se atrevía a quitarle la ilusión de que dispondría, como hijo único, de una propiedad fundiaria, de recursos ilimitados; por el contrario, temblaba a la idea de tenerle que confesar algún día su situación verdadera. Todas las distinciones que obtenía Leonardo, todos los exámenes en que se destacaba, todas las relaciones aristocráticas que contraía y que ese joven vanidoso no dejaba de anunciarle, eran motivos de satisfacción, como si hubiera engendrarlo un ser de asombroso genio. Los sueños que se forjaba a su respecto lo elevaban bien alto, aunque la ambición del mismo Leonardo no apuntara tan alto; acaso no aspirara a llevar más que una vida fácil y agradable, abandonándose sin contención a sus refinados gustos y a lucirse en un mundo a cuya aprobación y opinión daba el mayor precio. Poco después de que Leonardo fuera habilitado como encargado de cursos en la Universidad, llegó el momento en que el padre fue constreñido a encarar la temida explicación.

Se trataba de una deuda de juego de tres mil quinientos marcos que debía pagar en veinticuatro horas. Este dinero no lo tenía el padre y sólo pudo conseguirlo con grandes penas. Un banco nada limpio se lo prestó a interés usurario. Leonardo quedó estupefacto. Entonces el padre y el hijo sostuvieron una larga entrevista, durante toda la noche permanecieron reunidos junto a una botella de Liebfraumilch, bajo el pabellón de rosas situado detrás de la casa, y, para terminar, Maurizius suplicó a su hijo que le perdonara si no podía poner a sus pies las riquezas que éste tenía derecho a exigirle; ¿no era a sus ojos un éxito sin precedentes que su hijo, que apenas contaba veintidós años, hubiese sido designado para desempeñar una cátedra universitaria y fuera considerado como una lumbrera en su especialidad?


Jakob Wassermann (Alemán fallecido en Austria, 1873-1934).

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