Llegó a finales de marzo, un Viernes Santo, en pleno deshielo, con una lluvia torrencial, tanto que al acercarse a la casa se sentía mojado y empapado, pero valiente y muy en forma, como lo estaba siempre en aquel período de su vida.
«Con tal que ella siga todavía aquí!», pensaba al penetrar en el patio, todo lleno de nieve fundida, y al distinguir la vieja morada y el muro de ladrillos que rodeaba el recinto y que él conocía tan bien. Se había forjado la esperanza de que, en cuanto ella oyese la campanilla, correría a recibirlo en la escalinata, pero en su lugar aparecieron dos mujeres, con los pies descalzos y las faldas arremangadas, que llevaban cubos y estaban ocupadas sin duda alguna en fregar el suelo. Ni el menor rastro de Katucha* y Nejludov vio solamente avanzar a su encuentro al viejo lacayo Tijon, él también con delantal, y que evidentemente acababa de suspender alguna operación de limpieza. En la antecámara fue recibido por Sofía Ivanovna, con vestido de seda y sombrero.
- ¡Qué amable has sido viniendo! -exclamó Sofía Ivanovna besándolo -. Machegnka** está un poco malucha; esta mañana se ha cansado en la iglesia. Nos hemos confesado.
- Tía Sonia le deseo unas felices fiestas -dijo Nejludov, besándole la mano-.¡Perdóneme, la he mojado!
- ¡Ve ahora mismo a cambiarte a tu habitación! Estás empapado. ¡Si ya tienes bigote...! ¡Katucha, pronto, Katucha, que le preparen café!
- ¡Inmediatamente! -respondió, desde el corredor, una voz, tan agradablemente conocida por Nejludov y el corazón de éste latió gozosamente. ¡Ella aún seguía allí! Y era como si el sol se hubiese mostrado entre las nubes, Alegremente, Nejludov siguió a Tijon, quien lo condujo a la misma habitación donde se había alojado en otros tiempos.
Le habría gustado preguntar al sirviente cómo estaba Katucha, lo que hacía, si tenía novio. Pero Tijon se mostraba a la vez tan respetuoso y tan digno, insistía tanto para echar él mismo agua de la jarra sobre las manos de Nejludov, que éste no se atrevió a hacerle preguntas sobre la muchacha, y se limitó a interesarse por los nietecitos del criado, por el viejo caballo de su hermano, por el perro guardián Polkan. Todo el mundo estaba con vida y con buena salud, excepto Polkan, afectado por la rabia el año anterior.
Mientras Nejludov se cambiaba de traje, oyó unos pasos rápidos en el corredor y luego llamar a la puerta. Nejludov reconoció los pasos y la forma de llamar: sólo ella andaba y llamaba de esta forma. Se echó a toda prisa sobre los hombros su abrigo completamente empapado; luego se acercó a la puerta y gritó:
- ¡Entre!
Era ella, Katucha, siempre la misma, pero más encantadora que en otros tiempos. Como antes, sus negros ojos bizqueaban ligeramente, brillaban y reían; y, como antes, llevaba un de lantal blanco de una limpieza incomparable. Venía a traerle, de parte de su tía, un jabón perfumado al que hacía un momento le habían desgarrado la envultura; una toalla esponja y otra mayor, de tela, con bordados rusos. y el jabón, acabado de salir de su envoltura, con sus letras en relieve, y las toallas, y la misma Katucha, todo estaba igualmente limpio, fresco, intacto y delicioso. Los labios de la muchacha, rojos, fuertes, encantadores, se plegaban como antes, con una alegría desbordante, a la vista de Nejludov.
- ¡Bienvenido, Dmitri Ivanovitch! -dijo ella con un ligero esfuerzo, y su rostro se ruborizó.
León Tolstói: Liev Nikoláievich Tolstói (Rusia, 1828-1910).
* El personaje de Katusha fue interpretado en el cine por las mexicanas Dolores del Río, en la versión muda de 1927, y por Lupe Vélez, en la versión sonora de 1931. Ambas películas fueron dirigidas por Edwin Carewe.
** Apelativo cariñoso de María en ruso
La ilustración corresponde a Sol de invierno del pintor bielorruso Vitold Kaetanovich Bialinitski-Birulia;
fue utilizada como portada de la novela por Verticales de bolsillo, de editorial Norma.
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