Ayer, con motivo del comienzo de este mes de marzo, transcribí de entre los Cien sonetos de amor de Pablo Neruda el número 88, debido a que en su primera línea se lee: El mes de marzo vuelve con su luz escondida. Por eso es que me parece oportuno dedicar el texto de hoy a recordar algunos aspectos de dicha obra. El más importante sería subrayar el hecho de que se trata de un testimonio amoroso para su mujer:
Señora mía muy amada, gran padecimiento tuve al escribirte estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera. Al proponérmelo bien sabía que al costado de cada uno, por aficción electiva y elegancia, los poetas de todo tiempo dispusieron de rimas que sonaron como platería cristal o cañonazo. Yo con mucha humildad hice estos sonetos de madera, les di el sonido de esta opaca y pura substancia y así deben llegar a tus oidos. Tú y yo caminando por bosques y arenales, por lagos perdidos, por cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de palo puro, de maderos sometidos al vaivén del agua y la intemperie. De tales suavizadísimos vestigios construí con hacha, cuchillo, cortaplumas, estas madererías de amor y edifiqué pequeñas casas de catorce tablas para que en ellas vivan tus ojos que adoro y canto. Así establecidas mis razones de amor te entrego esta centuria: sonetos de madera que sólo se levantaron porque tú les diste vida.
Pertenece al dominio público aquella vieja aseveración de que los poetas viven enamorados, pues en caso contrario, ¿de qué escribirían? La primera esposa de Neruda fue María Antonia Hagenaar, cuyo apelativo cariñoso era Maruca, con quien se casó en 1930. Apenas unos años después, en junio de 1934, conoció en París a Delia del Carril, cuando ella tenía cincuenta años y él treinta. Se casaron en 1943, en México, cuando Neruda había sido nombrado cónsul general, pero su matrimonio no fue considerado legítimo en Chile puesto que el divorcio a la distancia de María Antonia fue declarado ilegal. Al regresar juntos a su patria radicaron en Santiago, en una casa a la que bautizaron como Michoacán de los Guindos, en alusión a esa provincia mexicana.
Neruda tuvo que abandonar el país de manera clandestina en 1949, debido a la persecución política de la que era objeto por parte del gobierno de González Videla. Durante su exilio en Italia -que es la etapa retratada en la película El cartero (Il postino)-, en Capri y Nápoles, vive con Matilde Urrutia. Allí publica de manera anónima Los versos del capitán, en 1952, gracias a Paolo Ricci. "Pensamos que aquellos escasos ejemplares que él cuidó y preparó con excelencia desaparecerían sin dejar huellas en las arenas del sur", admitió en 1963: "No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor". No había querido Neruda lastimar a Delia del Carril, con una dedicatoria que declarara su amor por Matilde. Sin embargo, asegura Mario Benedetti que ya desde Los versos del capitán: "El rostro y el cuerpo son de una sola mujer y el enamoramiento es también de alma a alma. Cuando el anonimato pierde al fin su razón de ser, el personaje adquiere su luminoso y verdadero nombre: Matilde Urrutia." Será hasta 1955 cuando tendrá lugar la ruptura definitiva con su segunda mujer, pero no podría casarse con Matilde sino hasta 1966, luego del fallecimiento de su primera esposa, en marzo del año previo.
Más tarde, corrobora en términos literarios su declaración de amor por Matilde, según lo asume en su autobiografía Confieso que he vivido: "Al hablar para ella le he dicho todo en mis Cien sonetos de amor... Matilde canta con voz poderosa mis canciones. Yo le dedico cuanto escribo y cuanto tengo. No es mucho, pero ella está contenta."
Jules Etienne
La ilustración corresponde a una fotografía de Matilde Urrutia y Pablo Neruda en Isla Negra.
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