"Que la fortuna de las colinas Irlandesas te abracen.
Que las Bendiciones de San Patricio te contemplen."
Había estado lloviendo durante varios días seguidos, lo cual no sorprende a nadie y menos aún durante esta temporada que precede a la primavera en Vancouver. En un par de ocasiones tanta lluvia mereció una alerta metereológica. Sin embargo, San Patricio nos hizo el milagro y ayer domingo por fin se asomó el sol. De tal manera que fue posible disfrutar a plenitud del desfile y el festival celta que invade cada año la ciudad en esta fecha.
Que la buena suerte te persiga,
Y cada día y cada noche.
Muros contra el viento,
Y un techo para la lluvia,
Y bebidas junto a la fogata,
Risas para consolarte
Risas para consolarte
La única ocasión que tuve la oportunidad de pisar suelo irlandés fue en Shannon, hace ya poco más de veinte años, cuando regresaba a la ciudad de México desde Moscú y el vuelo realizó una escala de abastecimiento en el aeropuerto de ese lugar. Recuerdo muy bien lo impresionante que resulta la visión de tanto verde previa al aterrizaje. Por eso es el color de los irlandeses, le llaman la isla esmeralda y tienen razón.
Que el camino salga a tu encuentro
Que el viento siempre esté detrás de ti
Y la lluvia caiga suave sobre tus campos.
Cuatro autores irlandeses han recibido el premio Nobel de literatura: William Butler Yeats en 1923; George Bernard Shaw en 1925; Samuel Beckett en 1969; y Seamus Heaney en 1995. Los tres primeros originarios de Dublín mientras que Heaney nació en Irlanda del Norte, pero siendo católico tuvo que trasladarse a Dublín cuando recrudeció la hostilidad religiosa. En contraste, otro dublinés con una obra literaria tan importante como James Joyce, no lo recibió. Por su parte, Oscar Wilde también era nativo de la capital irlandesa.
Recuerda siempre olvidar
Las cosas que te entristecieron.
Pero nunca te olvides de recordar
Las cosas que te alegraron.
De James Joyce es esta descripción que corresponde a Retrato del artista adolescente:
La luz velada del sol iluminaba débilmente el gris mantel de agua del estero. A lo lejos, siguiendo el lento curso del Liffey, esbeltos mástiles manchaban el cielo, y, más lejos aún, el confuso caserío de la ciudad yacía sumido en la neblina. Como en un tapiz borroso y tan viejo como el cansancio del hombre, la imagen de la séptima ciudad de la cristiandad le era visible a través del aire, del aire que no varía con los años; y la ciudad no aparecía más vieja ni más cansada, ni menos sufrida en la esclavitud que en tiempos de las asambleas medievales.
Descorazonado, levantó los ojos hacia las nubes que derivaban lentamente como vellones marinos. Viajaban a través de los desiertos del cielo, como un ejército de nómadas en camino; viajaban por encima de Irlanda, con rumbo a occidente. Y Europa, de donde venían, yacía, lejos, al otro lado del mar de Irlanda; Europa, la de las extrañas lenguas, con sus valles y sus bosques y sus ciudadelas, con sus razas dispuestas y atrincheradas. Oyó dentro de sí una confusa música hecha de recuerdos y de nombres de los cuales casi tenía conciencia, aunque sin poderlos capturar ni por un momento; luego la música pareció ir cejando, cejando, cejando, y de cada paso de su retroceso salía siempre una larga nota de llamada que atravesaba como una estrella el crepúsculo de silencio. ¡Otra vez! ¡Otra vez! ¡Otra vez! Una voz del otro mundo le estaba llamando.
En su obra teatral Un marido ideal, con esa ironía implacable que siempre le caracterizó, Oscar Wilde aventuraba en voz del personaje Mistress Cheveley que: "Si se pudiese enseñar a los ingleses a hablar y a los irlandeses a escuchar, la sociedad londinense sería completamente civilizada."
Durante el desfile de San Patricio un contingente de gaiteros se hizo escuchar. A diferencia de años anteriores, esta vez también se integraron algunas mujeres y pude distinguir un rostro indudablemente asiático. Es la sociedad global, pensé: el único futuro viable de la humanidad. Alguien entre el público leyó la tradicional bendición irlandesa de la que en la columna derecha del presente texto he estado reproduciendo algunos párrafos -de manera arbitraria y desordenada-. Ya para concluir, este es otro fragmento significativo:
Recuerda siempre olvidar
A los amigos que resultaron falsos.
Pero nunca olvides recordar
A aquellos que permanecieron contigo.
Recuerda siempre olvidar
Los problemas que ya pasaron
Pero nunca olvides recordar
Las bendiciones de cada día.
Que el día más triste de tu futuro
No sea peor que el día más feliz de tu pasado.
Que nunca se te venga el techo encima
Y que los amigos reunidos debajo de él, nunca se vayan.
Que siempre tengas palabras cálidas en un frío anochecer,
Una luna llena en una noche oscura,
Y que el camino siempre se abra a tu puerta.
Jules Etienne
La ilustración apareció en insidevancouver.ca
y se le acredita al usuario de Flickr con el seudónimo de 2sirius.
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