Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 11 de marzo de 2020

Marzo: LA MONTAÑA MÁGICA, de Thomas Mann

"El calendario decía: marzo"

(Fragmento del capítulo VI: Cambios)

Los caminos se hallaban verdaderamente impracticables, estaban en pleno deshielo y las nieblas se espesaban. Es verdad que el consejero decía que no se trataba de niebla, sino de nubes; pero esto, según opinión de Hans Castorp, no era más que un juego de palabras. La primavera había entablado un violento combate, que, con cien recaídas en las amarguras del invierno, se prolongó algunos meses hasta junio. En marzo, cuando el sol brillaba, apenas se podía soportar el calor en el balcón y en la chaise-longue, a pesar de los vestidos ligeros y del quitasol, algunas señoras que, desde este momento, habían ya creído en la llegada del verano, aparecían a la hora del desayuno, vestidas de muselina. Tenían como excusa, en cierto modo, el carácter particular del clima, que favorecía la confusión con la mezcla meteorológica de las estaciones. Pero había también, en esta precipitación, mucho de miopía y de falta de imaginación; mucho de esa tontería de los seres que no viven más que la hora presente y que son incapaces de pensar en lo que puede venir y había, sobre todo, una gran sed de cambios, una impaciencia que devora el tiempo.

El calendario decía: marzo. Era la primavera, casi el verano, y se sacaban los vestidos de muselina para mostrarse con ellos antes de la venida del otoño. Y era, en efecto, una especie de otoño. Con abril llegaron los días grises, fríos y húmedos: la lluvia incesante se trocó en nieve, en una nieve nueva y revoltosa. Los dedos se helaban en el balcón, las dos mantas de pelo de camello volvieron a entrar en servicio, y casi fue preciso recurrir al saco de pieles. La administración se decidió a encender la calefacción, y todo el mundo se lamentaba de verse privado de la primavera.

Thomas Mann
(Alemán primero nacionalizado checoslovaco y más tarde estadounidense, 1875-1955).
Obtuvo el premio Nobel en 1929.

(Traducido al español por Mario Verdaguer).

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