"¡Yo te conmoveré, yo fundiré ese hielo, mi amor... por Dios, yo te poseeré!..."
(Fragmento del capítulo LXXXVI)
- Dime -requirió con voz ahogada, mientras la zarandeaba-. ¡Dime algo!... ¡Haz algo!... ¡No te quedes parada como una esfinge!... ¿Quién diablos crees que eres, al fin de cuentas?... ¿Por qué has de ser mejor que los demás?... ¡Ann! ¡Ann! ¡Mírame!... ¡Habla! ¿Qué te pasa?... ¡Ah, maldita seas! -susurró, salvaje e inconsciente-. ¡Te quiero!... Mujerzuela de Boston, grande, tonta, hermosa -susurró amorosamente-, vuelve la cara hacia mí... mírame... ¡Por Dios! ¡Basta ya! -murmuró agitadamente, y por primera vez, con una especie de desesperación, la besó en la boca, y mirando hacia su alrededor como un loco, sin saber lo que hacía, empezó a tirar de ella y a arrastrarla hacia la cama, susurrando-: ¡Por Dios, lo haré! ¡Mujerzuela de Boston, grande, tonta, hermosa!... ¡Ann! -exclamó con exaltación-. ¡Yo te conmoveré, yo fundiré ese hielo, mi amor... por Dios, yo te poseeré!... ¡Ah, tu brazo! -comenzó a decir ávidamente, mientras levantaba el brazo esbelto de la muchacha en un éxtasis gradual y desgarrador y mordía su hombro- y tu cuello, y tu rostro cálido y tu boca hosca y tu perfume, y tu vientre precioso; ese vientre blanco, hermoso, fecundo de mi muchacha de Boston... ese vientre como para tener doce hijos... y las caderas anchas, y los muslos torneados, y las ancas de la cintura a las rodillas... ¡ah, tierra salvaje, virgen, mansa, fértil, yo te fecundaré! -exclamó triunfante-... y tus ojos mansos y tus manos largas y tus dedos finos... ¿de dónde has sacado esas manos graciosas, delicadas, preciosas...? ¡Ven! -dijo lleno de un suave deseo asesino, y de pronto sintió temblar los largos dedos de la muchacha sobre su brazo, los tomó entre sus manos y los sintió allí, y sintió temblar todo su cuerpo grande y pesado bajo su abrazo. Y súbitamente se sintió invadido por una situación intensa, indescriptible, de compasión y arrepentimiento.
Thomas Wolfe (Estados Unidos, 1900-1938).
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