"Como era muy temprano y apenas clareaba el día, la calle por donde iba la beata estaba muy sola."
El día de difuntos salió muy de mañana a misa una linda beata, que la noche anterior, según es costumbre en la noche de Todos los Santos, se había regalado, comiendo puches con miel y muchas castañas cocidas.
Como
era muy temprano y apenas clareaba el día, la calle por donde iba la beata
estaba muy sola. Así es que ella, sin reprimirse, con el más libre desahogo y
hasta con cierta delectación, lanzaba suspiros traidores y retumbantes, y cada
vez que lanzaba uno, decía sonriendo:
-
¡Toma castañas!
Proseguía
caminando, soltaba otros suspiros y exclamaba siempre:
-
¡Las castañas! ¡Las castañas!
Un
caballero, muy prendado de la beata, solía seguirla, hacerse el encontradizo,
oír misa donde y cuando ella la oía, y hasta darle agua bendita al entrar en la
iglesia, para tener el gusto de tocar sus dedos.
Iba
aquel día el caballero tan silencioso y con pasos tan tácitos detrás de la
beata, que ella no le
vio ni sospechó que viniese detrás, hasta que volvió la cara, poco antes de
entrar en el templo.
-
¿Hace mucho tiempo que viene usted detrás de mí? -dijo muy sonrojada la linda
beata.
Y
contestó el caballero:
-
Señora, desde la primera castaña.
Juan Valera (España, 1824-1905).
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