"... se sintió feliz cuando surgió a la vista el Popocatépetl dominando el paisaje por un rato..."
En estas fechas resulta inevitable recordar algunos pasajes de Bajo el Volcán, considerada de manera unánime entre las novelas más notables del siglo pasado, cuya acción transcurre en Cuernavaca -a la que Lowry, de modo peculiar, se refiere en la novela como Quauhnáhuac, su nombre en náhuatl-, en esta época del año: "Hacia la hora del crepúsculo del Día de Muertos, en noviembre de 1939...", y lo narrado corresponderá a lo que "había ocurrido hacía hoy exactamente un año." Escuchando con atención "podía percibirse un sonido confuso y remoto -claro y, sin embargo, inseparable del minúsculo murmullo, del sonsonete de los dolientes- como de un cántico que se elevaba para luego caer, y un pisoteo regular -los estallidos y gritos de la fiesta que había durado todo el día."
El título de la novela, como se va haciendo obvio conforme se avanza en la lectura de la misma, proviene del volcán que asume la función de testigo permanente y al que el protagonista observa, imagina y recuerda de manera obsesiva, por eso desde cualquier lugar "aparecían testimonios de la presencia y antigüedad del Popocatépetl", y un pasaje previo describe como su esposa Yvonne "se sintió feliz cuando surgió a la vista el Popocatépetl dominando el paisaje por un rato, mientras ascendían la colina que quedaba más adelante." El siguiente es uno de los párrafos que mejor lo expresa:
"¡Los volcanes! ¡Qué sentimental podía uno ponerse con ellos! Ahora se trataba del volcán; porque en cualquier posición que colocara el espejo no podía ver al pobre Ixtla, el cual, eclipsado, había desaparecido, mientras que el Popocátepetl, el reflejarse en el espejo, parecía más bello aún con su cúspide que brillaba contra un fondo de nubes apiñadas."
Aun cuando la trama se desarrolla en México durante dicha jornada en particular, Lowry escribió y reescribió la novela durante diez años, la mayor parte de ellos en su cabaña de Dollarton, junto a North Vancouver. Por eso la alusión a Canadá parecería inevitable:
"- ¿Has estado en el Canadá? -le preguntó Hugh.
- Estuve en las Cataratas del Niágara.
Prosiguieron. Hugh seguía sujetándole la rienda.
- Yo nunca he estado en el Canadá. Pero en España, un tipo amigo mío, pescador franco-canadiense que estuvo con los Mac-Paps, me decía que es el lugar más extraordinario del mundo. Cuando menos la Columbia Británica.
- Es lo que también solía decir Geoffrey."
Para terminar, una referencia a la celebración del día de los difuntos en donde se advierte la insólita belleza siniestra que permea la totalidad de la obra:
"Sin que nadie lo viera, el Cónsul tropezó con un puesto (en el que uno podía fotografiarse con su novia, sobre un fondo aterradoramente tempestuoso, verde y espeluznante, con un toro que embestía y el Popócatepetl en erupción) y pasó con el rostro vuelto a otra parte, frente al lastimoso Consulado Británico, cerrado, donde el león y el unicornio desde el escudo de color azul desteñido le contemplaron apesadumbrados. ¡Qué vergüenza! Pero seguimos a pesar de todo, estando a tu servicio, parecían decir. Dieu et mon droit. Los niños lo habían abandonado. Sin embargo, había perdido el rumbo. Iba llegando al límite de la feria. Cerradas, se alzaban allí misteriosas tiendas de lona, y yacían desplomadas o dobladas. Las primeras parecían casi humanas, despiertas, en espera; las otras, tenían el aspecto arrugado y encogido del hombre que, a pesar de estar dormido, anhela, aun en su inconsciencia, estirar los miembros. Más allá, en las lejanas fronteras de la feria, era, de hecho, día de muertos."
Jules Etienne
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