Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 25 de mayo de 2015

Madeleine: PARADISO o «le revenant», de Leopoldo María Panero

"... pero había días en que Havre–Caumartin era la cárcel, o el pozo en que se está tres jugadas..."

(Párrafo inicial)
 
I
 
Amaba al metro más que a una mujer: sus laberintos, sus encrucijadas, sus dobleces, sus sorpresas, el jeroglífico de sus flechas, el misterio de sus hombres, la infinita aventura de vivir siempre la otra vida: amaba al Metro más que a toda mujer. Era algo así como el “juego de la oca”, Le noble jeu de l´oie, en aquella antigua edición que me regalara mi madre, tan improbable, tan lejana, ya, tan insultada y tan violada por el tiempo: pero había días en que Havre–Caumartin era la cárcel, o el pozo en que se está tres jugadas, otras en que Étoile–Nation era un puente para ir lejos, más lejos. Eso era el decorado inefable: luego estaban los personajes: aquella mujer húngara que hablaba siempre sola en su idioma extraño, el clochard demasiado gigantesco que llenaba con su voz todo el vagón, el hombre que tenía en su frente la media luna. Al salir afuera, llovía siempre, era la noche eterna, y los hombres vagaban como extraviados, libres de aquellos hilos que en el Metro les unían como para un baile o un rito antiguo; así: las trenzas de esa chica que no puede sino sobrellevar el nombre de Madeleine, me llevan directamente, como una flecha, al cabello enrarecido de la Vieja, porque ambos emblemas significaban lo mismo, en aquella sobrenatural lotería: a la primera, y a todas las que como ellas debían por fuerza llamarse Madeleine, yo le había puesto el nombre de “la blanca”, dispensadora de suerte; a la segunda, el de “la gracia”, como la Parca antigua de los griegos, que por la muerte la donaba.
 
 
Leopoldo María Panero (España, 1948-2014)

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