Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 16 de mayo de 2015

Madeleine: LA SEÑORITA DE MAUPIN, de Théophile Gautier


(Fragmento del capítulo XV)
 
Había enviado mi caballo y mis ropas a una pequeña alquería que poseo a cierta distancia de la villa. Allí me vestí, monté a caballo y partí, no sin sentir una singular opresión en mi corazón. No lamentaba nada ni dejaba tras de mí parientes, amistades, ni perro ni gato, y no obstante me sentía triste, casi con lágrimas en los ojos; aquella finca donde no había estado más de cinco o seis veces no tenía nada de particular o añorado por mí; no era, pues, por el afecto que tomamos a ciertos lugares y nos enternece cuando hemos de abandonarlos, pero volví la cabeza un par de veces para ver su silueta azulada entre los árboles.
 
Allí era donde, con mis vestidos y mis sayas, había dejado mi título de mujer; en la habitación en la que me arreglé quedaban veinte años de mi vida, que ya no contaban ni me importaban. Se podía escribir en la puerta: Aquí yace Madeleine de Maupin; porque en efecto, ya no era Madeleine de Maupin sino Théodore de Serannes, y nadie volvería a llamarme con el dulce nombre de Madeleine.
 
El cajón en que dejé encerrados mis vestidos, desde entonces inútiles, me pareció el féretro de mis blancas ilusiones; ahora era un hombre, o al menos tenía su aspecto: la muchacha estaba muerta.
 
Cuando perdí de vista los castaños que rodeaban la quinta, me pareció que no era yo, sino otra persona, y recordé mis antiguos actos como los de una persona extraña, a los cuales hubiera asistido, o como el principio de una novela cuya lectura no hubiese terminado.
 
Recordaba complacida mil detalles cuya pueril ingenuidad me hacía sonreír de indulgencia, un tanto burlona a veces, como un joven libertino que escuchase las confidencias arcádicas y pastoriles de un colegial de tercero; y, en el momento en que me apartaba de allí para siempre, todas mis puerilidades de niña y de joven acudían al borde del camino para hacerme señales de amistad y enviarme besos con la punta de sus dedos blancos y afilados.
 
Piqué espuelas a mi caballo para sustraerme a tan desesperantes emociones; los árboles desfilaron rápidamente a derecha e izquierda; pero un alocado enjambre, con un zumbido más fuerte que el de una colmena, empezó a perseguirme por las avenidas laterales, llamándome: ¡Madeleine! ¡Madeleine!


Téophile Gautier (Francia, 1811-1872)
 
La ilustración corresponde al grabado original del capítulo XV, de Francois-Xavier Le Sueur y Édouard Toudouze. 

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