Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 31 de diciembre de 2022

Año nuevo: LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ, de Carlos Fuentes

"De la puerta que comunicaba con el comedor avanzó otro criado con una charola entre las manos."

(Fragmento de: 1955 - Diciembre 31)

Mucho dinero, mucho lujo, pero sin alegría, sin diversiones, sin el derecho de beber una copita siquiera. Claro, si lo quiere mucho. Se lo ha dicho mil veces. Las mujeres se acostumbran a todo; depende del cariño que les den. Igual puede acostumbrarlas un amor juvenil que un amor paternal. Claro que le tiene cariño; no faltaba más... Ya van para ocho años de vivir juntos y él no hizo escenas, no la regañó... Nada más la obligó... ¡Pero qué bien le vendría otra cana al aire!... ¿Qué? ¿La imaginaba tan tonta?... Ya, ya, nunca ha sabido aguantar una broma. De acuerdo, pero se da cuenta de las cosas... Nadie dura eternamente... Patas de gallo alrededor de los ojos... Los cuerpos... Sólo que él también está acostumbrado a ella, ¿verdad que sí? A su edad le costaría volver a empezar. Por más millones... cuesta trabajo y se pierde mucho tiempo buscando a una mujer... las condenadas... conocen tantas salidas, les gusta tanto hacerse las remolonas... prolongar los momentos iniciales... la negativa, la duda, la espera, la tentación, ¡ay, todo eso!... y hacer tontos a los viejos... Claro que ella es cómoda... Y no se queja, no, qué va. Hasta le halaga la vanidad que vengan a rendirle cada Año Nuevo... Y lo quiere, sí, se lo jura, ya está demasiado acostumbrada a él... ¡pero cómo se aburre!... a ver, ¿qué hay de malo en tener unas cuantas amigas íntimas, en salir de vez en cuando a divertirse, en... tomar una copita allá cada semana... ?

Él permaneció inmóvil. No le concedía este derecho de hostigarlo y sin embargo... una lasitud tibia y abúlica... escuchando las sandeces de esta mujer cada día más vulgar e... e... no, era apetecible aún... aunque insoportable... ¿Cómo la iba a dominar?... Todo lo que dominaba obedecía, ahora, sólo a cierta prolongación virtual, inerte... de la fuerza de sus años jóvenes... Lilia podría abandonarle... le oprimió el corazón... No bastaba para conjurar eso... ese miedo... Quizá no habría otra oportunidad... quedarse solo... Movió con dificultad los dedos, el antebrazo, el codo y el cenicero cayó sobre la alfombra y derramó las colillas mojadas y amarillas en un cabo, el polvo de capa blanca, escama gris, entraña negra. Se agachó, respirando con dificultad.

- No te agaches. Ahorita llamo a Serafín.

- Sí.

Quizá... Tedio. Pero asco, repulsión... Siempre, imaginando de mano de la duda... Una ternura involuntaria le hizo volver el rostro para mirarla...

Lo observaba, desde el marco de la puerta... Rencorosa, dulce... El pelo teñido de rubio ceniza y esa piel morena... Tampoco ella podía regresar... jamás lo recuperaría y eso los igualaba... por más que la edad o el carácter los separara... Escenas ¿para qué?... Se sintió fatigado. Nada más... Decidieron la voluntad y el destino... Nada más... No más cosas, más recuerdos, más nombres que los conocidos... Volvió a acariciar el damasco... Las colillas, la ceniza derramada no olían bien. Y Lilia, detenida allí con el rostro grasoso. Ella en el umbral.

Él sentado en el sillón de damasco.

Entonces ella suspiró y se fue chancleteando a la recámara y él esperó sentado, sin pensar en nada, hasta que la oscuridad le sorprendió al verse reflejado con tanta nitidez en las puertas de cristal que conducían al jardín. El mozo entró con el saco, un pañuelo y una botella de agua de Colonia. De pie, el viejo permitió que le pusieran la prenda y después abrió el pañuelo para que el mozo derramara unas gotas de loción. Cuando colocó el pañuelo en la bolsa del corazón, cambió una mirada con el criado. El criado bajó los ojos. No. ¿Por qué iba a pensar en lo que podría sentir ese hombre?

- Serafín, rápido las colillas...

Se incorporó, apoyándose con ambas manos, sobre los brazos del sillón. Dio unos cuantos pasos hacia la chimenea y acarició los fierros toledanos y sintió la respiración del fuego sobre el rostro y las manos. Se adelantó al escuchar los primeros murmullos de voces -encantadas, admirativas- en el pasillo de la casa. Serafín terminaba de recoger las colillas.

Ordenó que se atizara el fuego y los Régules entraron mientras el mozo manejaba los fierros y una gran llamarada ascendía por el tiro. De la puerta que comunicaba con el comedor avanzó otro criado con una charola entre las manos. Robergo Régules recibió una copa mientras la pareja joven -Betina y su marido, el joven Ceballos- tomada de la mano, recorría el salón y elogiaba las viejas pinturas, las molduras de yeso y oro, las tallas suntuosas, los copetes y faldones barrocos, los travesaños torneados, los mascarones policromos. Él daba la espalda a la puerta cuando el vaso se estrelló contra el piso con un ritmo de campana rota y la voz de Lilia gritó algo en son de burla. El viejo y los invitados vieron el rostro de esa mujer despintada que asomaba prendida a la manija de la puerta: -¡Lero, lero! ¡Feliz Año Nuevo!... No te preocupes, viejito, que en una hora se me baja... y bajo como si nada...

Carlos Fuentes (Mexicano nacido en Panamá, 1928-2012).

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