Regresa la primavera a Vancouver.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Venecia: EL FANTASMA DE LA ÓPERA, de Gastón Leroux

"... con un gesto del que no fui dueña porque ya no lo era de mí, mis dedos raudos arrancaron la máscara..."

(Fragmento del capítulo XIII: La lira de Apolo)

«Y me dijo: “Cantemos ópera, Christine Daaé”, como si me lanzase una injuria.

»Mas no tuve tiempo de pensar en la intención que había dado a sus palabras. Inme- diatamente empezamos el dúo de Otelo, y ya la catástrofe estaba sobre nuestras cabezas. En esa ocasión me otorgó el papel de Desdémona, que canté con una desesperación y un terror reales que nunca había alcanzado hasta ese día. La vecindad de semejante compañero, en lugar de anonadarme, me inspiraba un terror magnífico. Los sucesos de que yo era víctima me acercaban de forma singular al pensamiento del poeta y encontré acentos que hubieran deslumbrado al músico. En cuanto a él, su voz era atronadora, su alma vengativa se concentraba en cada sonido y aumentaba terriblemente su potencia. El amor, los celos y el odio estallaban a nues- tro alrededor en gritos desgarradores. La máscara negra de Erik me hacía pensar en la máscara natural del Moro de Venecia. Era Otelo en persona. Creí que él iba a golpearme, que yo iba a perecer bajo sus golpes…, y, sin embargo, yo no hacía ningún movimiento para rehuirle, para evitar su furor como la tímida Desdémona. Al contrario, me acerqué a él, atraída, fascinada, encontrándole encantos a la muerte en medio de una pasión como aquélla; pero, antes de morir, quise conocer, para llevarme su imagen sublime en mi última mirada, aquellos rasgos desconocidos que debían transfigurar el fuego del arte eterno. Quise ver el rostro de la Voz e, instintivamente, con un gesto del que no fui dueña, porque ya no lo era de mí, mis dedos raudos arran- caron la máscara...

»¡Oh! ¡Horror…! ¡Horror…! ¡Horror…!» Christine se detuvo ante aquella visión que aún parecía apartar con sus dos manos temblorosas, mientras los ecos de la noche, igual que habían repetido el nombre de Erik, repetían ahora tres veces el clamor: ¡Horror…! ¡Horror…! ¡Horror…! Raoul y Christine, más estrechamente unidos todavía por el terror del relato, alzaron sus ojos hacia las estrellas que brillaban en un cielo tranquilo y puro.

Gastón Leroux (Francia, 1868-1927).

(Traducido al español por Mauro Armiño).
La ilustración correspondiente a la escena narrada es de Annie Stegg Gerard.

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