(Fragmento del capítulo 4)
Durante mucho tiempo se consideró probable que también hubiera sido víctima de la Blum el periodista Adolf Schönner, al cual se encontró muerto de un disparo el miércoles de ceniza, en un bosquecillo al oeste de la alegre ciudad. Pero, más tarde, cuando se logró reconstruir los hechos por orden cronológico, aquello resultó inexacto. Un taxista declaró haber conducido hasta el bosquecillo a Schönner, que también iba disfrazado de jeque, en compañia de una joven vestida de andaluza. Tötges murió el domingo al mediodía, y Schöner el martes a la misma hora. A pesar de que pronto se dieron cuenta de que el arma hallada junto a Tötges de ninguna manera podía ser la misma que sirvió para dar muerte a Schöner, se sospechó durante unas horas de la Blum, a causa de los motivos. Si ella los tuvo para vengarse de Tötges, tampoco le faltaban para desquitarse de Schönner. Por otra parte, a las autoridades que investigaron el caso les parecía poco probable que la Blum tuviera dos armas. Katharina consumó su sangriento crimen con toda frialdad. Cuando le preguntaron si había matado a Schöner, dio una contestación siniestra disfrazada de pregunta:
- Sí. ¿Por qué no también a él?
Pero luego renunciaron a imputarle ese segundo asesinato, sobre todo porque su coartada era prácticamente perfecta. Ninguna de las personas que conocía a Katharina Blum o que, en el transcurso de los interrogatorios, llegó a conocer su carácter, dudaba que ella, en el caso de haber asesinado a Schönner, lo hubiera reconocido sin rodeos. El taxista que condujo a la pareja al bosquecillo («Yo lo llamaría más bien matorral cubierto de maleza»), desde luego que no reconoció a la Blum en unas fotografías.
Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972.
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