Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 14 de mayo de 2013

CAMBIO DE PIEL: el apocalipsis según Carlos Fuentes


En el artículo* sobre Carlos Fuentes que escribiera Mario Vargas Llosa cuando ambos coincidieron en Londres, en 1967, al momento en que el ahora premio Nobel le preguntó acerca de su obra más reciente, Fuentes respondió, entre otras cosas, que se trataba de "una novela muy larga y, en cierto modo, de anticipación histórica." Abundaba al respecto en que su capítulo final sería una suerte de apocalipsis bélico: "el enfrentamiento final del imperialismo y la revolución en tierras mexicanas. Un incendio atroz de napalm y fósforo, una orgía de ruido y sangre. Tiene, me dice, una enorme documentación sobre las nuevas armas antiguerrilleras que utilizan las tropas norteamericanas en Vietnam: artículos, libros, reportajes, fotos. Me habla de esas bombas de fragmentación que llaman «perros cansados», bombas que al estallar propagan en torno una lluvia de pequeñas bombas que al estallar propagan otras lluvias de bombas más pequeñas y así sucesivamente."

La novela en cuestión era Cambio de piel, que terminaría obteniendo el premio Biblioteca Breve en ese mismo año, aunque la editorial Seix Barral no pudo publicarla en España debido a los problemas con la implacable censura franquista y entonces apareció primero en México bajo el sello de Joaquín Mortiz. En su ensayo titulado La narrativa de Carlos Fuentes (afán por la armonía en la multiplicidad antagónica del mundo), Aida Ramírez Mattei explica algunos de los motivos que esgrimieron los censores para prohibirla, "por su pornografía delirante", acusando además al autor, entre otros cargos, de "comunistoide y anticristiano", "antialemán y projudío".
 
Lo que Fuentes describía a Vargas Llosa puede leerse en su tercera y última parte, Visite nuestros subterráneos:

"Voy a tratar de amarlos, mis monjuros, mis monjustos, mis monjóvenes, mis monjudas, mis monjúpiters, mis monjuanas, mis monjuergas, porque esta noche, mientras corremos a cien por hora a lo largo de la Avenida de los Insurgentes, los supermercados siguen abiertos y encendidos, mis compatriotas compran latas en el Minimax para que pronto caigan bombas en Pekín y el mundo se salve para la libertad y los jabones Palmolive, huyen de las rotiserías con el cadáver de un pollo frito bajo el brazo para que los infantes de marina crucen pronto el Río Bravo del Norte y el Bío-Bío del Sur cuando nosotros meros seamos los últimos vietnamitas, salen de Sears-Roebuck con una aspiradora nuevecita para que el mundo pronto sea un campo de fósforo, suben a sus Chryslers y Plymouths y Dodges para que cuanto antes el universo esté en orden, en paz, tranquilo, decente, sin amarillos, sin negros, sin colores, mis monjueces, mis monjaleos, mis monjinetes, mis monjesús: eso no es el viento, el viento no gruñe así, no carbura así, el viento no mete pedal vestido de tamarindo y nos obliga a frenar aquí, frente al cajón iluminado de la Comercial Mexicana en donde las familias –las vemos desde el auto, a través de cristal y más cristal: acuario del consumo– se pasean con carritos de aluminio y canastas de alambre y cochecitos de bebé. Los niños están ahogados entre los frascos de Ketchup, las lechugas y los detergentes y chillan. Las cajas de kleenex y las milicias de alcachofas (impermeables bajo sus escamas. Pablo) se sofocan con tanto niño encima y el policía motorizado se monta los goggles y saca la libreta y dice qué andan creyendo que esto es autopista o qué y el güero barbudo mete el freno de mano y pone cara de inocente. Con fineza. Barbudo. Con un ojo de gringa se contenta. Pero con fineza, marrullería, tenebra. Viva el Emperador Presidente sentadote en el Gran Cu."

Para proseguir, tan sólo unas páginas más adelante, con la inevitable reflexión sobre las raíces históricas de la mexicanidad que permearon de manera casi obsesiva la extensa narrativa de Fuentes:

"Salvo a esta barrera de nopales podridos cuyas salidas y entradas creo conocer: suave hogar. Edén subvertido por tus hijos descastados que prefieren salir al mundo con una quijada de burro para no pudrirse encerrados y regresan con la pródiga herida abierta de la Malinche, madre traidora que se dejó fornicar para que tú y yo naciéramos. ¿O de veras cree alguien que hubiera sido mejor derrotar a los españoles y continuar sometidos al fascismo azteca? Cuauhtémoc era el Baldur von Schirach de Tenochtitlán. Más sabias que él, las mujeres indias se dejaron hacer. Cólera eterna para la eterna fatalidad: hemos regresado."
 
Por esas paradojas de la vida, Carlos Fuentes recibió con posterioridad varias distinciones y reconocimientos en España, mucho más importantes que aquel azaroso premio Biblioteca Breve, obligado a cargar con el estigma de su prohibición. En 1987, el premio Cervantes; en 1992, el Menéndez Pelayo; en 1994, el Príncipe de Asturias; en 2008, el premio internacional Don Quijote, que se otorga a la obra de personajes de cualquier nacionalidad que mejor hayan contribuido a la difusión y conocimiento de la cultura y de la lengua española; además del doctorado honoris causa por la universidad de Salamanca, en 2002. Más que suficientes para un merecido desagravio.  
 

Jules Etienne
 
La ilustración corresponde a Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo (1943),
de Salvador Dalí.
 El artículo en cuestión se titula Carlos Fuentes en Londres: http://mitosyreincidencias.blogspot.ca/2013/05/paginas-ajenas-carlos-fuentes-en.html 

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