Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 12 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: LA DURMIENTE, de Juan Gelman

"... todos mis pensamientos te ven dormir/ se funden como cera en tu llama."

Estás dormida/estoy despierto/
como un sonámbulo doy vueltas alrededor de tu sueño/
estás dormida/cruzo la soledad de las rocas
que tiemblen con mi pena/y oscurezco la luna/
estás dormida/tu fulgor/
me roba el sueño de los ojos/
estás dormida en tu calor/
estoy despierto en la noche que tirita/
todos mis pensamientos te ven dormir/
se funden como cera en tu llama.

Juan Gelman
(Argentino fallecido en México, 1930-2014).

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: LA DURMIENTE, de Juan Gelman (sin ilustración para evitar la censura)


Estás dormida/estoy despierto/
como un sonámbulo doy vueltas alrededor de tu sueño/
estás dormida/cruzo la soledad de las rocas
que tiemblan con mi pena/y oscurezco la luna/
estás dormida/tu fulgor/
me roba el sueño de los ojos/
estás dormida en tu calor/
estoy despierto en la noche que tirita/
todos mis pensamientos te ven dormir/
se funden como cera en tu llama.

Juan Gelman
(Argentino fallecido en México, 1930-2014).

lunes, 9 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: EL RUBÍ EN EL OMBLIGO, de Barry Unsworth (versión autocensurada)

"...comencé a imaginarme esta desnudez suya, pero no llegué muy lejos. Ella era toda maravilla para mí, no carne."

(Fragmento del capítulo X)

- Buenas noches, mi señora, y que descanséis plácidamente. La vi dirigirse a las escaleras que conducían a la galería, subirlas y pasar brevemente bajo la lámpara que había sobre la puerta de su dormitorio. La puerta se abrió y se cerró, desapareció de mi vista. Me quedé allí un rato más, mirando hacia arriba, como si al no moverme pudiera prolongar de algún modo la sensación de su presencia. Me vinieron a la mente las palabras de una canción provenzal que había cantado a veces: Para consolarme por su pérdida, pienso en el lugar donde está... No oí voces desde dentro y pensé que tal vez Alicia no había querido despertar a la mujer que la atendía, que estaría durmiendo ahora. Se desnudaría y se prepararía para ir a la cama sin ayuda, y esto concordaba con lo que yo sentía que era la bondad de su naturaleza.

Debo confesar aquí, ya que estoy decidido a confesarlo todo, que durante un rato, mientras estaba allí, puse en práctica esa facultad de especulación de la que he hablado antes, estimulada en mí por Yusuf, pero creo que ya estaba allí en una medida bastante fuerte, y comencé a imaginarme esta desnudez suya, pero no llegué muy lejos. Ella era toda maravilla para mí, no carne. Era mi dama reencontrada. Y yo era su espléndido Thurstan, no un espía ni un libertino.

Barry Unsworth
(Inglés fallecido en Italia, 1930-2012).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

domingo, 8 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: EL RUBÍ EN EL OMBLIGO, de Barry Unsworth (sin ilustración para evitar la censura)

(Fragmento del capítulo X)

- Buenas noches, mi señora, y que descanséis plácidamente. La vi dirigirse a las escaleras que conducían a la galería, subirlas y pasar brevemente bajo la lámpara que había sobre la puerta de su dormitorio. La puerta se abrió y se cerró, desapareció de mi vista. Me quedé allí un rato más, mirando hacia arriba, como si al no moverme pudiera prolongar de algún modo la sensación de su presencia. Me vinieron a la mente las palabras de una canción provenzal que había cantado a veces: Para consolarme por su pérdida, pienso en el lugar donde está... No oí voces desde dentro y pensé que tal vez Alicia no había querido despertar a la mujer que la atendía, que estaría durmiendo ahora. Se desnudaría y se prepararía para ir a la cama sin ayuda, y esto concordaba con lo que yo sentía que era la bondad de su naturaleza.

Debo confesar aquí, ya que estoy decidido a confesarlo todo, que durante un rato, mientras estaba allí, puse en práctica esa facultad de especulación de la que he hablado antes, estimulada en mí por Yusuf, pero creo que ya estaba allí en una medida bastante fuerte, y comencé a imaginarme este desnudez suya, pero no llegué muy lejos. Ella era toda maravilla para mí, no carne. Era mi dama reencontrada. Y yo era su espléndido Thurstan, no un espía ni un libertino.

Barry Unsworth
(Inglés fallecido en Italia, 1930-2012).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

sábado, 7 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: NADA POR NADA y TODO COMO ANTES, de Kjell Askildsen

"Ella se estaba haciendo la dormida, pero había dejado encendida la lámpara de la mesita del lado de él."
 
Nada por nada

(Fragmento)

Se quedó sentado, tal vez hablaran un rato antes de despedirse. Y, por cierto, ella recibiría su merecido, si es que empezaba a preocuparse por él.

Encendió un cigarrillo y pensó: No diré nada. Ella puede decir lo que quiera, no voy a contestarle.

Se levantó, bajó las escaleras y entró en el hotel. Saludó con la cabeza al recepcio- nista, ahora se lo podía permitir, ahora que llegaba último.

Ella se estaba haciendo la dormida, pero había dejado encendida la lámpara de la mesita del lado de él. Ella no sabe que yo sé a qué hora ha llegado, pensó. Ella no sabe que yo sé que no está dormida, y yo no le diré que lo sé. Se hace la dormida porque no quiere mostrar que acaba de llegar, quiere parecer mejor de lo que es.

Se desnudó, apagó la luz y se tapó con la sábana. Estuvo un rato pensando en que Ingrid se hacía la dormida, y en la mujer alemana. La veía con toda claridad en su mente.

A la mañana siguiente se levantó antes que Ingrid, como de costumbre. No la desper- tó. Se vistió y salió.

"Nina dormía. Se había quitado la sábana con los pies. Cercano al hombro izquierdo tenía un moretón tan grande como un puño."

Todo como antes

(Fragmento)

Se fumó otros tres cigarrillos y supuso que ella se había dormido. Entró sin hacer ruido, se desnudó, echó la cortina, tanteó para encontrar la cama y se tapó con la sábana. Nina se movió. «¿Acaso he hecho algo malo?», preguntó. Él no contestó. «Qué sádico eres, coño». Él se quedó un rato pensando en lo peor que podía decir, y dijo: «Una vez me contaste que una amiga tuya solía ir por ahí exhibiendo el coño. Observándote esta noche he entendido de repente lo que querías decir. Deberías...».

En ese instante ella se lanzó encima de él, totalmente por sorpresa, Carl notó cómo los dedos de ella se cerraban alrededor de su cuello y la oyó resoplar: «Te voy a matar». Sus manos no apretaban fuerte, pero a él le entró pánico y se defendió a golpes. Ella aflojó los dedos, pero siguió forcejeando. Él le dio un empujón y salió de entre la sábana y de la cama. Ella seguía tumbada intentando recobrar el aliento. Él descorrió la cortina y salió al balcón, luego volvió a entrar por la ropa y el tabaco. Era la una y media.

A las dos y cuarto entró a acostarse. Nina estaba dormida. A las nueve y media se despertó y se levantó sin hacer ruido. Nina dormía. Se había quitado la sábana con los pies. Cercano al hombro izquierdo tenía un moretón tan grande como un puño. Por un instante le sobrevino un repentino ataque de ternura, pero enseguida recordó todo. Salió de la habitación sin hacer ruido.

Kjell Askildsen (Noruega, 1929-2021).

(Traducido al español por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo).

viernes, 6 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: LA SOLUCIÓN, de Julio Ramón Ribeyro

"Armando observó sus rubios cabellos extendidos sobre la almohada, su perfil, su delicioso cuello, sus formas que respiraban bajo el edredón. "

(Fragmento)
- Se diría un tiro -dijo Óscar.

Berta fue la primera en precipitarse por el corredor, justo cuando Armando reaparecía llevando un bolso, una bufanda, un abrigo. Estaba pálido.

- ¡Curioso! -dijo-. Éstas son las coincidencias que a uno lo desconciertan. Al buscar una pastilla en mi mesa de noche desplacé mi revólver y no sé cómo salió un tiro. Atravesó el cajón de la mesa y rebotó contra la pared.

- ¡Buen susto nos has dado! -dijo Óscar-. Es así como ocurren los accidentes. Es por eso que yo jamás tengo armas a la mano. Pon un poco más de atención otra vez.

- ¡Va! -dijo Armando-. Tampoco hay que exagerar. Después de todo no ha pasado nada. Los acompaño hasta la puerta.

El malecón seguía brumoso. Armando esperó que los autos arrancaran y entrando a la casa corrió el picaporte y regresó a la sala. Berta llevaba a la cocina los ceniceros sucios.

- Ya mañana la muchacha pondrá orden aquí. Estoy muy cansada ahora.

- Yo en cambio no tengo sueño. La conversación me ha dado nuevas ideas. Voy a trabajar un momento en mi relato. No me has dicho qué te pareció…

- Por favor, Armando, te digo que estoy cansada. Mañana hablaremos de eso.

Berta se retiró y Armando se dirigió a su escritorio. Largo rato estuvo revisando su manuscrito, tarjando, añadiendo, corrigiendo. Al fin apagó la luz y pasó al dormitorio. Berta dormida de lado, su lámpara del velador encendida. Armando observó sus rubios cabellos extendidos sobre la almohada, su perfil, su delicioso cuello, sus formas que respiraban bajo el edredón. Abriendo el cajón de su mesa de noche sacó su revólver y estirando el brazo le disparó un tiro en la nuca.

Julio Ramón Ribeyro (Perú, 1929-1994).

La lectura del relato completo es posible en Ciudad Seva.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: LA HISTORIA INTERMINABLE, de Michael Ende

 "Xayide sonrió entre sueños."

(Fragmento del capítulo La mano vidente)

- ¿Por qué? ¿Qué comarca es ésta?

- Este bosque de orquídeas carnívoras, señor, se llama el jardín de Oglais y pertenece al castillo encantado de Hórok, llamado también la Mano Vidente. En él vive la maga más poderosa y perversa de toda Fantasia. Su nombre es Xayide.

(Fragmento del capítulo La batalla de la torre de marfil)

Se dirigió a la litera de coral de Xayide. Ella estaba profundamente dormida y sólo los cinco gigantes, con sus negras corazas de insecto, permanecían erguidos e inmóviles a su alrededor. En la oscuridad parecían cinco bloques de piedra.

- Deseo que me obedezcáis -dijo Bastián en voz baja. Inmediatamente, los cinco volvieron hacia él sus negras caras de hierro.

- Mándanos, Señor de nuestra Señora -respondió uno con voz metálica.

- ¿Creéis que podríais dominar a Fújur, el dragón de la suerte? -quiso saber Bastián. -Eso depende, señor, de tu voluntad que nos guía -contestó la voz metálica.

- Es mi voluntad -dijo Bastián.

- Entonces podemos dominar a cualquiera -fue la respuesta.

- Está bien, acercaos a él... -señaló con la mano la dirección-. En cuanto Atreyu lo deje, icoged a Fújur prisionero! Pero quedaos con él allí. Ya os avisaré cuando tengáis que traerlo.

- Lo haremos de buena gana -fue la respuesta de la voz metálica. Los cinco negros se pusieron en movimiento silenciosamente y todos al mismo paso. Xayide sonrió entre sueños.

Michael Ende (Alemania, 1929-1995).

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: TRES TRISTES TIGRES, de Guillermo Cabrera Infante

"Bela con una vela (...) detrás de una telaraña romántica, bajando los barrocos escalones..."

(Fragmento del capítulo XII)

... porque me olvidé de Arsenietsche Cué para recordar al Conde Drácula, al inolvidable Bela Lugosi, a quien reconocí en el batir del gran manto del obispo y en su cara extranjera y lívida y en la obsesión de viajar entre la luz espectacular y las sombras, y vi a la bella y fatídica Carol Borland en La Marca del Vampiro, junto al viejo Bela (Bela con una vela, diría Bustrófedon) detrás de una telaraña romántica, bajando los barrocos escalones hasta llegar ante una plácida ventana gótica y observar por un instante a la víctima propiciamente dormida entre cortinas románticas en un sofá art nouveau y sin pensar en el delirio de estilos (Drácula no es decorador interior aunque lo parezca) lanzarse a toda bela sobre el cuello tentador: carne de promisión, banco de sangre que camina, objeto de amor y dolor que haría las delicias del Abuelo Divino sentado enorme y fofo y ávido, comiendo rositas de hígado y bebiendo sangría en su luneta con clavos del cine Charenton...

Guillermo Cabrera Infante
(Cubano nacionalizado inglés, 1929-2005).

martes, 3 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: LA INSOPORTA- BLE LEVEDAD DEL SER, de Milan Kundera

"... por no despertarla, y con mucho cuidado se dio media vuelta hasta apoyarse en un costado para poder observarla mejor."

Primera parte: La levedad y el peso

(Fragmento del capítulo 4)

Ese era el motivo por el cual no tenía en su casa más que una cama. A pesar de que era una cama bastante ancha, Tomás les decía a todas sus amantes que era incapaz de dormir si compartía la cama con alguien y las llevaba a todas a medianoche a sus casas. Por lo demás, la primera vez que Teresa se quedó en su casa con la gripe, nunca durmió con ella. La primera noche él la pasó en un sofá grande y la noche siguiente se marchó al hospital, donde tenía su despacho y en él una camilla que utilizaba durante las guardias.

Pero esta vez se durmió a su lado. Por la mañana se despertó y comprobó que Teresa, que aún dormía, lo tenía cogido de la mano. ¿Habrían estado así durante toda la noche? Le parecía difícil creerlo.

Ella respiraba profundamente entre sueños, apretaba su mano (con fuerza, no fue capaz de lograr que se la soltara), y la maleta enormemente pesada estaba a su lado, junto a la cama. 

Temía intentar que le soltara la mano, por no despertarla, y con mucho cuidado se dio media vuelta hasta apoyarse en un costado para poder observarla mejor.

"Una vez, mientras la adormecía y ella no había pasado aún de la primera antesala del sueño..."

Capítulo 6

El acuerdo tácito sobre la amistad erótica presuponía que Tomás dejaba el amor fuera de su vida. En cuanto incumpliese esta condición, sus demás amantes se encontra- rían en una posición secundaria y se rebelarían.

Por eso buscó para Teresa un piso de alquiler al que ella tuvo que llevar su pesada maleta. Quería velar por ella, defenderla, disfrutar de su presencia, pero no sentía necesidad de cambiar su estilo de vida. Por eso no quería que se supiera que Teresa dormía en su casa. Dormir juntos era, en realidad, el corpus delicti del amor.

Nunca dormía con las demás amantes. Cuando iba a verlas a sus casas, la cuestión era sencilla, podía irse cuando quería. Peor era cuando ellas estaban en casa de él y había que explicarles que a medianoche debía llevarlas a sus casas porque tenía problemas de insomnio y era incapaz de dormir en la inmediata proximidad de otra persona. Aquello no estaba muy lejos de la verdad, pero la causa principal era peor y no se atrevía a contársela: en el mismo momento en que terminaba el acto amoroso sentía un deseo insuperable de quedarse solo; despertarse en medio de la noche junto a una persona extraña le desagradaba; levantarse por la mañana junto con alguien le producía rechazo; no tenía ganas de que nadie oyese cómo se limpiaba los dientes en el cuarto de baño y la intimidad del desayuno para dos no le atraía.

Por eso se sorprendió tanto cuando se despertó y Teresa cogía con fuerza su mano. La miraba y no podía entender qué había pasado. Se acordaba de las horas que acababan de pasar y le parecía que de ellas se desprendía el perfume de quién sabe qué felicidad desconocida.

Desde entonces los dos disfrutaban durmiendo juntos. Diría casi que el objetivo del acto amoroso no era para ellos el placer sino el sueño que venía después de aquél. Ella, en particular, no podía dormir sin él. Cuando alguna vez se quedaba sola en su piso alquilado (que iba convirtiéndose cada vez más en una simple tapadera), no podía conciliar el sueño en toda la noche. En sus brazos se dormía por más excitada que estuviera. Él le susurraba al oído historias que inventaba para ella, cosas sin sentido, palabras que repetía monótonamente, consoladoras o chistosas. Aquellas palabras se convertían en visiones confusas que la transportaban hasta el primer sueño. Tenía el sueño de ella totalmente en su poder y ella se dormía en el instante que él elegía.

Cuando dormían, se aferraba a él como la primera noche: se cogía con fuerza de su muñeca, de su dedo, de su tobillo. Si quería alejarse sin despertarla, debía utilizar algún truco. Liberaba el dedo (la muñeca, el tobillo) de su encierro, lo cual siempre la despertaba a medias, porque ni aun dormida dejaba de vigilar atentamente lo que él hacía. Se calmaba cuando en lugar de su muñeca ponía en su mano algún objeto (un pijama retorcido, un zapato, un libro) que ella luego apretaba firmemente como si fuera parte del cuerpo de él.

Una vez, mientras la adormecía y ella no había pasado aún de la primera antesala del sueño, de modo que todavía era capaz de responder a sus preguntas, le dijo: «Bueno. Yo ahora me voy». «¿Adonde?», le preguntó. «Me voy», dijo con voz severa. «¡Voy contigo!», dijo y se incorporó. «No, no puedes. Me voy para siempre», dijo y salió de la habitación al vestíbulo. Ella se levantó y con los ojos entrecerrados fue tras él. No llevaba más que un camisón corto, sin nada debajo. Su cara permanecía impasible, inexpresiva, pero sus movimientos eran enérgicos. El salió del vestíbulo al pasillo (el pasillo común del edificio) y cerró la puerta. Ella la abrió bruscamente y fue tras él, convencida en su sueño de que quería irse para siempre y de que debía detenerlo. El bajó las escaleras hasta el primer descansillo y allí la esperó. Ella llegó hasta él, lo cogió de la mano y se lo llevó de regreso a la cama.

Tomás se decía: hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos pasiones no sólo distintas sino casi contradictorias. El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien (este deseo se produce en relación con una cantidad innumerable de mujeres), sino en el deseo de dormir junto a alguien (este deseo se produce en relación con una única mujer).

Milan Kundera
(Checo nacionalizado francés, 1929-2023).

(Traducido al español por Fernando Valenzuela).

lunes, 2 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: GRINGO VIEJO, de Carlos Fuentes

"El viejo se quedó mirando un rato el rostro durmiente de la hermosa mujer, le acarició la cabellera castaña y luminosa..."

(Fragmento del capítulo VIII)

El viejo no vio motivo para sonreír. El tiempo había llegado y Pancho Villa andaba lejos. Dijo que estaría listo en cinco minutos y fue al final del carro de ferrocarril, donde la mujer con cara de luna dormía sobre el piso. Le había dejado la cama a la señorita Winslow. La mexicana despertó al entrar el viejo. El le pidió silencio con un gesto. La mujer no se alarmó; cerró de vuelta los ojos. El viejo se quedó mirando un rato el rostro durmiente de la hermosa mujer, le acarició la cabellera castaña y luminosa, le tapó con el sarape el seno descubierto, pequeño y redondo y suave- mente le rozó la mejilla cálida con los labios. Quizás la mujer con la cara de luna entendía la ternura (deseó el gringo viejo). El sueño es nuestro mito personal, se dijo el gringo viejo cuando besó a Harriet dormida y pidió que ese sueño se prolongara más que la guerra, venciera a la propia guerra para que al regresar de ella, vivo o muerto, ella lo recibiera en este sueño ininterrumpido que él, a fuerza de desear y de inducir con el deseo, llegó a ver y comprender en los escasos minutos que dura un sueño que, más tarde, la memoria o el olvido restaurarán como un argumento largo, poblado de detalles, de arquitecturas y de incidentes. Quería invitarla, quizás, a su propio sueño; pero éste era un sueño de la muerte que no podía compartir con nadie: en cambio, mientras vivieran ambos, por más separados que estuviesen, podían penetrar sus sueños respectivos, compartirlos; hizo un esfuerzo gigantesco, como si éste pudiese ser el último acto de su vida, y en un instante soñó con los ojos abiertos y los labios apretados el sueño entero de Harriet, todo, el padre ausente, la madre prisionera de las sombras, el paso de la luz estable sobre una mesa a la luz fugitiva dentro de una casa abandonada.

Carlos Fuentes
(Mexicano nacido en Panamá, 1928-2012).

domingo, 1 de septiembre de 2024

Mirándolas dormir: UN IDILIO EN INVIERNO, de William Trevor

"... ella debió 
haberse quedado dormida mientras esperaba en el sofá. No recordaba haber subido a la cama."

(Fragmento inicial)

Mary Bella no recordaba cuándo se despertó y luego lo hizo: él no había llegado. El tren se había retrasado y Woods había llamado desde la estación. Eran casi las diez y ella debió haberse quedado dormida mientras esperaba en el sofá. No recordaba haber subido a la cama.

Era muy temprano, se dio cuenta por la luz. El aire que entraba por la ventana entreabierta era frío y subió las sábanas. Si él hubiera venido, estaría en la habitación que ella había ayudado a preparar para él, con las prímulas que había recogido en el florero que había sobre el tocador. Se preguntó si él lo habría hecho.

Cuando volvió a dormirse, soñó que no había sido así, que el tren se había retrasado, que Woods había vuelto solo y había dicho que no se había bajado ningún extraño del tren. Pero cuando bajó al comedor y escuchó en la puerta, oyó una voz que no conocía. «¡Ahora sí que puedo adivinar quién es!», dijo cuando entró y le tendió la mano para que se la estrechara. Después, en el aula, le dijo que tenían todo el verano. Tenían mucho por hacer.

William Trevor
(Irlandés fallecido en Inglaterra, 1928-2016).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).