"Conmigo será como tras un eclipse. Mejor aún, ambos hemos sufrido una especie de insolación."
A
las diez en punto de la mañana siguiente, una mañana cálida y soleada, a la que
daba alegría el tañido de las campanas de la iglesia, la agitación de la plaza
del mercado frente al hotel, el olor de heno y alquitrán, y toda esa mezcla de
aromas que caracteriza a cada ciudad rusa de provincias, aquella mujercita sin
nombre, el cual se había negado repetidamente a revelar, llamándose
burlonamente «la bella desconocida», le abandonó, para reanudar su viaje.
Habían dormido poco, pero cuando ella salió al cabo de cinco minutos, de detrás
del biombo cercano a la cama, vestida y arreglada, parecía tan lozana como una
muchacha de diecisiete años. ¿Mostraba confusión?... Apenas. Como horas antes, era alegre, sencilla, y... bastante razonable.
-
No, no, querido mío -exclamó.
Insistió en la negativa, que obedecía a la sugerencia del hombre de proseguir
juntos, añadiendo:
-
Debes permanecer aquí y tomar el próximo vapor. Si continuamos juntos, se
estropearía todo, y no me gustaría. Por favor, créeme, no soy la clase de mujer
que te conviene. Todo lo que ha pasado aquí, nunca ocurrió antes, ni sucederá
de nuevo. Conmigo será como tras un eclipse. Mejor aún, ambos hemos sufrido una
especie de insolación.
El teniente, casi aliviado, se mostró de acuerdo con ella. Con espíritu alegre,
la escoltó en un carruaje hasta el desembarcadero, al que llegaron en el
preciso instante en que el vapor pintado de rosa se disponía a zarpar. En el
muelle, en presencia de otros pasajeros, la besó, con el tiempo justo de saltar
sobre la pasarela que ya retrocedía.
Con la misma ligereza de espíritu volvió al hotel. Algo había cambiado.
La habitación parecía diferente sin ella. Estaba llena de su presencia... y
vacía. ¡Qué extraño! Olía aún a su excelente agua de colonia inglesa, su taza
sin terminar se hallaba todavía sobre la bandeja, pero ella ya no estaba
allí... De pronto, el corazón del teniente sintió tal arrebato de ternura, que
se apresuró a encender un cigarrillo y, golpeando con el látigo sus piernas calzadas
de largas botas, empezó a medir a grandes pasos la habitación.
-
¡Qué ocurrencia tan extraña! —exclamó en voz alta.
Y echándose a reír, consciente de las lágrimas que asomaban a sus ojos, añadió:
-
«Por favor, créeme..., no soy la clase de mujer que te conviene...» Y ahora se
ha ido... ¡Una mujer absurda! El biombo estaba corrido a un lado; y la cama
permanecía deshecha. Al comprender que no tenía coraje para mirar otra vez al
lecho, lo tapó con el biombo, cerró la ventana a fin de no oír el ruido de la
plaza y los crujidos de las ruedas de los carruajes, y corriendo las blancas
cortinas, se sentó en el diván.
Iván Bunin (Ruso fallecido en Francia, 1870-1953). Obtuvo el premio Nobel en 1933.
La ilustración corresponde a Viktoriya Solovyova y Martinsh Kalita en un fotograma de la adaptación al cine del relato de Bunin: Insolación (Solchnenyy udar), dirigida por Nikita Mikhalkov en 2014.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario