Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 30 de septiembre de 2017

Eclipse: NATURALEZA ES LO QUE VEMOS, de Emily Dickinson


“Naturaleza” es lo que vemos-
La colina- la tarde-
La ardilla- el eclipse- el abejorro,
No, naturaleza es el cielo-
Naturaleza es lo que escuchamos-
El tordo charlatán- el mar-
El trueno- el grillo-
No, naturaleza es armonía-
Naturaleza es lo que sabemos-
Y todavía no somos capaces de decir-
Tan impotente es nuestra sabiduría-
ante su simplicidad.
 

Emily Dickinson (Estados Unidos, 1830-1886).
 
(Traducido del inglés por Jules Etienne).

viernes, 29 de septiembre de 2017

Eclipse: SALAMBÓ, de Gustave Flaubert

"En una ocasión, con motivo de un eclipse, estuvo a punto de morir."

(Fragmento del capítulo 3: Salambó)

Su padre no había querido que ella entrase en el colegio de las sacerdotisas y mucho menos que conociese los ritos de la Tanit popular. La reservaba para algún enlace que pudiera servir a su política; de modo que Salambó vivía sola, en medio de aquel palacio, pues su madre había muerto hacía ya mucho tiempo.
 
Se había criado entre abstinencias, ayunos y purificaciones, rodeada siempre de cosas exquisitas y graves, saturado el cuerpo de perfumes, el alma llena de oraciones. Jamás había probado el vino, ni comido carne, ni tocado a bestia inmunda, ni puesto los pies en casa de ningún muerto.
 
Ignoraba los ritos obscenos, pues manifestándose cada dios en formas diferentes, cultos a menudo contradictorios atestiguaban a la vez el mismo principio, y Salambó adoraba a la diosa en su manifestación sideral. La influencia de la luna gravitaba así sobre la virgen: cuando el astro iba menguando, Salambó se debilitaba. Lánguida durante todo el día, se reanimaba por la noche. En una ocasión, con motivo de un eclipse, estuvo a punto de morir.
 
Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880).
 
La ilustración corresponde a un eclipse en la adaptación de la novela como historieta, por Philippe Druillet.

martes, 26 de septiembre de 2017

Eclipse: EL YUNQUE DE LAS FUERZAS, de Antonin Artaud

"Pero ese centro es un disco lechoso, recubierto de una espiral de eclipses…"
 
Esta corriente, esta náusea, estos lienzos son el origen del fuego. El fuego de las lenguas. El fuego tejido en trenzados de lenguas en los destellos de la tierra que se abre como un vientre cuyas entrañas son de miel y de azúcar. Y la tierra entreabierta muestra sus áridos secretos. Secretos como superficies La tierra y sus nervios y sus antiquísimas soledades; la tierra de las primitivas geologías donde se descubren las estructuras del mundo en una sombra negra como el carbón. La tierra es madre bajo el espejo de fuego, del fuego con sus tres rayos, en el coronamiento de cuya crin pululan los ojos. Miríadas de miriápodos de ojos. El centro ardiente y convulsivo de ese fuego es como la punta desarraigada de la tormenta en la cima del firmamento. Hay un fulgor absoluto en la lucha de las fuerzas. La punta espantosa del impulso se rompe en un ensordecedor ruido azul.
 
Los tres rayos forman un abanico cuyas ramas caen a pico y convergen en el mismo centro. Pero ese centro es un disco lechoso, recubierto de una espiral de eclipses…
 
Encima del cielo está el Doble Caballo. La evocación del caballo se templa en la luz de la fuerza sobre el fondo de un muro arruinado hasta la descomposición. Y, en él, el primero de los dos caballos es aún mucho más extraño que el otro, siendo ése el que recoge la luz, mientras el segundo expresa sólo la pesada sombra. Más abajo que la sombra del muro, la cabeza y el pecho del caballo forman otra sombra, como si toda el agua del mundo elevara el orificio de un pozo. El abanico abierto domina una pirámide de cimas, un inmenso concierto de cumbres. Una imagen de desierto planea sobre esas cimas, más allá de las cuales un astro desmelenado flota, horrible suspendido. Suspendido como el bien en el hombre, como el mal en el comercio de hombre y hombre, o como la muerte en el interior de la vida. Fuerza giratoria de los astros. Pero detrás de esta visión de absoluto, de ese sistema de plantas y de estrellas, de territorios rajados hasta el hueso; detrás de esa ardiente agrupación de gérmenes, de esa geometría de búsquedas, sistema giratorio de cimas; detrás de esa reja de arado plantada en el espíritu y de ese espíritu que desgaja sus fibras y desvela sus sedimentos; detrás, en fin, de esa mano de hombre que imprime la huella de su pulgar duro y dibuja sus tanteos; detrás de esta mezcla de manipulaciones y cerebro, de esos pozos abiertos en todos los sentidos del alma y de esas cavernas rotas en la realidad… se alza la Ciudad de murallas acorazadas, la ciudad inmensamente alta, a la que todo el cielo no basta para formarle un techo donde crecen las plantas pero en sentido inverso y a la velocidad de los astros lanzados. Esta ciudad de cavernas y de muros que proyectan sobre el abismo absoluto arcadas y huecos como los de un puente. Se querría introducir en el vano de esos arcos la forma de una espalda desmesuradamente grande, de una espalda de donde la sangre diverge. Y colocar el cuerpo en reposo y la cabeza donde hormiguean los sueños sobre el reborde de esas cornisas gigantescas, en las que se escalona el firmamento. Pues encima aparece el cielo bíblico, por el que corren las blancas nubes…Pero existen las amenazas dulces de esas nubes. Pero las tormentas. Y ese Sinaí donde dejan caer sus centellas. Pero la sombra proyectada de la tierra y la iluminación ensordecida y cretácea- Pero, en fin, esa sombra en forma de cabra y ese macho cabrío. Y el Sabbath de las constelaciones. Un grito para recogerlo todo y una lengua para colgarme de ello. Todos esos reflujos comienzan en mí. Mostradme la inserción de la tierra, la bisagra de mi espíritu, el comienzo horroroso de mis uñas. Un bloque, un inmenso bloque falso me separa de mi mentira. Y este bloque es del color que se quiera. El mundo babea como un mar rocoso, y yo con los reflujos del amor. Perros, habéis terminado de hacer rodar vuestras piedras sobre mi alma. Yo. Yo. Volved la página de los escombros. Yo también espero la grava celeste y la playa sin bordes. Es preciso que ese fuego comience en mí. Ese fuego y esas lenguas y las cavernas de mi gestación. Que los bloques de hielo vengan a encallar contra mis dientes. Tengo una ausencia de imágenes, ausencia de soplos inflamados. Busco en mi garganta nombres, algo así como la vibrátil pestaña de las cosas. El perfume de la nada, el olor del absurdo, el estiércol de la muerte entera. El humor ligero y rarificado. Solamente espero el viento. Que se llame amor o miseria no podrá apenas sino arrojarme sobre un mar de osamentas.

Antonin Artaud (Francia, 1896-1948).
 
(Traducido al español por Juan Eduardo Cirlot).

lunes, 25 de septiembre de 2017

Eclipse: LAS FUERZAS EXTRAÑAS, de Leopoldo Lugones

"... el cono de sombra que proyecta sobre la luna, y que durante los eclipses nos trae exhalaciones maléficas..."

El hombre
 
(Fragmento)
 
Al entrar la tierra en el estado líquido, la vida orgánica de la luna había concluido su ciclo de manifestación, y las mónadas de sus seres inteligentes debieron pasar a incorporarse en las nuestras. No lo hicieron como puras energías, sino también como agregados de materia sutil que se infiltró en la masa de la gigantesca célula humana a modo de influencia magnética, comunicándole nuevas propiedades, de la manera que el imán al acero. De aquí las relaciones magnéticas que el estado líquido conserva con la luna bajo la forma de mareas.
 
El vehículo de que esos espíritus lunares se valieron para venir a la tierra, fue el cono de sombra que ésta proyecta sobre la luna, y que durante los eclipses nos trae exhalaciones maléficas de aquel astro; pues siendo él un cadáver, no ha de exhalar vida naturalmente. Esto explica la tradición en cuya virtud los chinos y muchas otras gentes, alborotan durante los eclipses "para ahuyentar á los malos espíritus".
 
El cono de sombra es tan objetivo para esas formas sutiles, como un chorro de agua o una columna de humo; pues siendo la luz el más poderoso agente de eterización de la materia, donde ella falta, es decir donde hay sombra, la materia es más densa y puede servir de vehículo. Cuando se dice que la luz ahuyenta a los espectros, se expresa una verdad más grande de lo que parece; y cuando los "bárbaros" hacen ruido para producir un efecto igual, por estar la luna oculta, echan mano de un agente (el sonido) que según se ha visto es una fuerza primordial, pues es la que ordena los átomos en series armónicas. La luz y la música, son enemigas de la muerte.

Leopoldo Lugones (Argentina, 1874-1938).

viernes, 22 de septiembre de 2017

Eclipse: EL SPLEEN DE PARÍS, de Charles Baudelaire

"Es algo crepuscular, azulado y rosáceo; un sueño de voluptuosidad durante un eclipse."

La estancia doble
 
(Fragmento)

Un cuarto que se parece a una fantasía, una habitación verdaderamente espiritual, cuya atmósfera estancada está ligeramente coloreada de rosa y azul.
 
Allí el alma toma un baño de pereza, aromatizado por el pesar y el deseo. Es algo crepuscular, azulado y rosáceo; un sueño de voluptuosidad durante un eclipse.
 
Los muebles tienen formas alargadas, abatidas, lánguidas. Los muebles parecen soñar; se diría que están dotados de una vida de sonámbulos como el vegetal y el mineral. Las telas hablan una lengua muda, como las flores, como los cielos, como los soles que declinan.
 
En las paredes, ninguna abominación artística. En relación con el sueño puro, con la impresión no analizada, el arte definido, el arte positivo es una blasfemia. Todo aquí tiene la suficiente limpidez y la deliciosa oscuridad de la armonía.
 
Una fragancia infinitesimal, exquisitamente elegida, a la que se mezcla una ligerísima humedad, navega en esta atmósfera, donde el adormilado espíritu es mecido por sensaciones de invernadero.
 
Abundante, la muselina llueve delante de las ventanas y ante el lecho; se explaya en cascadas de nieve. En el lecho está acostado el ídolo, la soberana de los sueños. ¿Pero cómo es que está aquí? ¿Quién la trajo? ¿Qué mágico poder la instaló en este trono de ensueño y voluptuosidad? ¡Qué importa! ¡Aquí está! ¡La reconozco!
 
Aquí esos ojos cuya llama atraviesa el crepúsculo; esos sutiles y terribles ojos que reconozco por su pavorosa malicia. Atraen, subyugan, devoran la mirada del imprudente que los contempla. A menudo estudio esas estrellas negras, que demandan curiosidad y admiración.
 
 
Charles Baudelaire (Francia, 1821-1867).
 
(Traducido al español por Enrique Díez Canedo).

jueves, 21 de septiembre de 2017

Eclipse: LOS DIOSES TIENEN MIEDO, de H. P. Lovecraft

"... hay terror en el cielo, pues la luna ha sufrido un eclipse que ni los libros humanos ni los Dioses de la Tierra han sido capaces de predecir..."

(Fragmento)

«La niebla es muy tenue, y la luna arroja sombras sobre las laderas; las voces de los Dioses de la Tierra son violentas y airadas; temen la llegada de Barzai, el Sabio, porque es más grande que ellos... La luz de la luna fluctúa, y los Dioses de la Tierra danzan frente a ella; veré danzar sus formas, saltando y aullando a la luz de la luna... La luz se debilita; los dioses tienen miedo...»
 
Mientras Barzai gritaba estas cosas, Atal notó un cambio espectral en todo el aire, como si las Leyes de la Tierra cedieran ante otras leyes superiores; porque aunque el sendero era más pronunciado que nunca, el asenso se había vuelto espantosamente fácil, y la cornisa apenas fue un obstáculo cuando llegó a ella y trepó peligrosamente por su cara convexa. El resplandor de la luna se había apagado extrañamente; y mientras Atal se adelantaba en las brumas, monte arriba, oyó a Barzai, el Sabio, gritar entre las sombras:
 
«La luna es oscura, y los dioses danzan en la noche; hay terror en la noche; hay terror en el cielo, pues la luna ha sufrido un eclipse que ni los libros humanos ni los Dioses de la Tierra han sido capaces de predecir... Hay una magia desconocida en el Hatheg-Kla, pues los gritos de los dioses asustados se han convertido en risas, y las laderas de hielo ascienden interminablemente hacia los cielos tenebrosos, en los que ahora me sumerjo... ¡Eh! ¡Eh! ¡Al fin! ¡En la débil luz, he percibido a los Dioses de la Tierra!»
 
Y entonces Atal, deslizándose monte arriba con vertiginosa rapidez por inconcebibles pendientes, oyó en la oscuridad una risa repugnante, mezclada con gritos que ningún hombre puede haber oído salvo en el Fleguetonte de inenarrables pesadillas; un grito en el que vibró el horror y la angustia de una vida tormentosa comprimida en un instante atroz:«¡Los Otros Dioses! ¡Los Otros Dioses! ¡Los Dioses de los Infiernos Exteriores que custodian a los débiles Dioses de la Tierra! ... ¡Aparta la mirada!... ¡Retrocede!... ¡No mires! ¡No mires! La venganza de los abismos infinitos... Ese maldito, ese condenado precipicio... ¡Misericordiosos Dioses de la Tierra, estoy cayendo al cielo!»

Y mientras Atal cerraba los ojos, se taponaba los oídos, y trataba de descender luchando contra la espantosa fuerza que le atraía hacia desconocidas alturas, siguió resonando en el Hatheg-Kla el estallido terrible de los truenos que despertaron a los pacíficos aldeanos de las llanuras y a los honrados ciudadanos de Hatheg, de Nir y de Ulthar, haciéndoles detenerse a observar, a través de las nubes, aquel extraño eclipse que ningún libro había predicho jamás. Y cuando al fin salió la luna, Atal estaba a salvo en las nieves inferiores de la montaña, fuera de la vista de los Dioses de la Tierra y de los Otros Dioses.
 
Ahora se dice en los mohosos Manuscritos Pnakóticos que Sansu no descubrió otra cosa que rocas mudas y hielo, la vez que escaló el Hatheg-Kla en la juventud del mundo. Sin embargo, cuando los hombres de Ulthar y de Nir y de Hatheg, reprimieron sus temores y escalaron ese día esa cumbre encantada en busca de Barzai, el Sabio, encontraron grabado en la roca desnuda de la cima un símbolo extraño y ciclópeo de cincuenta codos de ancho, como si la roca hubiese sido hendida por un titánico cincel. Y el símbolo era semejante al que los sabios descubrieron en esas partes espantosas de los Manuscritos Pnakóticos que no se pueden leer. Eso encontraron.
 
Jamás llegaron a encontrar a Barzai, el Sabio, ni lograron convencer al santo sacerdote Atal para que rezase por el descanso de su alma. Y todavía hoy, las gentes de Ulthar y de Nir y de Hatheg tienen miedo de los eclipses, y rezan por la noche, cuando los pálidos vapores ocultan la cumbre de la montaña y la luna. Y por encima de las brumas de Hatheg-Kla, los Dioses de la Tierra danzan a veces con nostalgia; porque saben que no corren peligro, y les encanta venir a la desconocida Kadath en sus naves de nube a jugar como antaño, como hacían cuando la Tierra era nueva y los hombres no escalaban las regiones inaccesibles.
 

 Howard Philips Lovecraft (Estados Unidos, 1890-1937).

lunes, 18 de septiembre de 2017

Eclipse: EL PERIQUILLO SARNIENTO, de José Joaquín Fernández de Lizardi

"... no hay que ser vulgares, ni quitar el crédito a los pobrecitos eclipses, que es pecado de restitución."
 
(Libro primero: fragmento del capítulo VII)

- No me admiro -dijo el padre- que su tío de usted piense de esa manera, porque no tiene motivo para otra cosa; pero me hace mucha fuerza oír producirse de igual modo a un señor colegial. Según eso, dígame usted, ¿qué son los eclipses?
 
- Yo creo -dijo Januario- que son aquellos choques que tienen el sol y la luna, en los que uno u otro salen perdiendo siempre, conforme es la fuerza del que vence; si vence el sol, el eclipse es de la luna, si vence ésta, se eclipsa el sol. Hasta aquí no tiene duda, porque mirando el eclipse en una bandeja de agua, materialmente se ve como pelea el sol con la luna; y se advierte lo que uno u otro se comen en la lucha; y si tienen virtud estos dos cuerpos para hacerse tanto daño siendo solidísimos, ¿cómo no podrán dañar a las tiernas semillas y a las débiles criaturas del mundo?
 
- Esa es la vulgaridad -respondió el vicario-. Los eclipses en nada se meten, ni tienen la culpa de esas desgracias. Las siembras se pierden, o porque les ha faltado cultivo a su tiempo, o han escaseado las aguas, o la semilla estaba dañada, o era ruin, o la tierra carece de jugos, o está cansada, etc. Los ganados malparen, o las crías nacen enfermas, ya porque se lastiman las hembras, o padecen alguna enfermedad particular que no conocemos, o han comido alguna hierba que las perjudica, etc.; últimamente, nosotros nos enfermamos o por el excesivo trabajo, o por algún desorden en la comida o bebida, o por exponernos al aire sin recato estando el cuerpo muy caliente; o por otros mil achaques que no faltan; y las criaturas nacen tencuas, raquíticas, defectuosas o muertas, por la imprudencia de sus madres en comer cosas nocivas, por travesear, corretear, alzar cosas pesadas, trabajar mucho, tener cóleras vehementes, o recibir golpes en el vientre. Conque vea usted cómo no tienen los pobres eclipses la culpa de nada de esto.
 
- Bien -dijo don Martín-, pero ¿cómo suceden estas desgracias puntualmente cuando hay eclis?
 
- La desgracia de los eclipses -dijo el vicario-, consiste en que suceda algo de esto en su tiempo; porque los pobres que no entienden de nada, luego luego echan la culpa a los eclipses de cuantas averías hay en el mundo. Así como cuando uno se enferma, lo primero que hace es buscar achaque a su enfermedad, y tal vez cree que se la ocasionó lo más inocente. Conque, amigo, no hay que ser vulgares, ni que quitar el crédito a los pobrecitos eclipses, que es pecado de restitución.
 
Celebraron todos al padre vicario, y le pegaron un buen tabardillo al amigo Juan Largo, de modo que se levantó de allí chillándole las orejas. A poco rato nos fuimos a acostar.

 
José Joaquín Fernández de Lizardi (México, 1776-1827).

jueves, 14 de septiembre de 2017

Eclipse: LOS MISERABLES, de Víctor Hugo

"Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma. La hidra al principio, el ángel al fin."
 
Quinta parte: Jean Valjean; Libro primero: La guerra entre cuatro paredes
 
(Fragmento del capítulo XX: Los muertos tienen razón y los vivos no se equivocan)

No hay nada que decir. Los pueblos, como los astros, tienen el derecho al eclipse. Y todo está bien, con tal de que vuelva la luz y el eclipse no degenere en noche. Alba y resurrección son sinónimos. La reaparición de la luz es idéntica a la persistencia del yo.
 
Hagamos constar estos hechos con calma. La muerte en la barricada o la tumba en el exilio es un recurso aceptable para la abnegación. El verdadero nombre de la abnegación es desinterés. Que los abandonados se dejen abandonar, que los exiliados se dejen exiliar, y limitémonos a suplicar a los grandes pueblos que no vayan demasiado lejos cuando retrocedan. No se debe, so pretexto de volver a la razón, descender demasiado. La materia existe, y el minuto y los intereses y el vientre existen; pero no se deben oír los consejos del vientre. La vida momentánea tiene su derecho, lo admitimos, pero la vida permanente tiene el suyo. ¡Ay! El haber subido no impide caer. Ejemplos de esto, más de los que se quisieran, se encuentran en la historia. Una nación es ilustre, toma el gusto al ideal, y luego se revuelve en el fango, y le sabe bien; y si se le pregunta cómo es que deja a Sócrates por Falstaff, responde: «Porque me gustan más los hombres de Estado». Unas palabras más antes de volver a la refriega.
 
Una batalla como la que referimos en este momento no es otra cosa que una convulsión hacia lo ideal. El progreso con trabas es enfermizo y padece epilepsias trágicas. Esa enfermedad del progreso, la guerra civil, hemos debido encontrarla a nuestro paso. Es una de las fases fatales, a la vez acto y entreacto, de ese drama cuyo pivote es un condenado social, y cuyo título verdadero es: El Progreso. ¡El Progreso! Este grito que lanzamos a menudo es todo nuestro pensamiento; y en el punto del drama al que hemos llegado, teniendo que experimentar aún más de una prueba la idea que contiene, quizá nos sea permitido, si no descorrer el velo, al menos dejar entrever claramente la luz.
 
El libro que el lector tiene ante los ojos en este instante, en su conjunto y en sus pormenores, cualesquiera que sean las intermitencias, las excepciones o las debilidades, es la marcha del mal al bien, de lo injusto a lo justo, de lo falso a lo verdadero, de la noche al día, del apetito a la conciencia, de la podredumbre a la vida, de la bestialidad al deber, del infierno al cielo, de la nada a Dios. Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma. La hidra al principio, el ángel al fin.


Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).
 
(Traducido al español por Aurora Alemany).

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Eclipse: POEMA A UN ECLIPSE LUNAR, de Thomas Hardy

"... ¿Cómo identificar en esa simetría que el sol proyecta la forma (...) que conozco como tuya, ese perfil...?"
 
Tu sombra, Tierra, del Polo al Mar Central,
se desliza ahora a lo largo del manso brillo de la luna
en una línea curva y monocroma
de serenidad imperturbable.
 
¿Cómo identificar en esa simetría que el sol proyecta
la forma desgarrada y convulsa que conozco como tuya,
ese perfil, plácido como una divina frente,
con continentes de tribulaciones y miserias?
 
¿Y la inmensa Mortalidad puede arrojar acaso
una sombra tan pequeña, y ese plan celestial para todos los hombres
estar aprisionado entre las costas que tu arco delimita?
 
¿Es esa entonces la medida estelar del espectáculo terrestre,
naciones en guerra, cerebros desbordantes,
héroes, y mujeres más hermosas que los cielos?
 
 
Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).

lunes, 11 de septiembre de 2017

Eclipse: EPITAFIO PARA NUEVA YORK, de Adonis

"Alcémonos en los ojos negros, cercados como tumbas, para vencer al eclipse."

(Fragmento)
 
Así enciende mi llama.
Habitemos el clamor negro
para llenar nuestros pulmones con el aire de la historia.
Alcémonos en los ojos negros, cercados como tumbas,
para vencer al eclipse.
Viajemos en la cabeza negra
para escoltar al sol que llega.


Adonis: Ali Ahmad Said Esber (Siria, 1930).

domingo, 10 de septiembre de 2017

Eclipse: EPIGRAMAS, de Marco Valerio Marcial

"... cuando la luna en eclipse es golpeada por la peonza cólquida."
 
Del libro XII, epigrama LVII
 
(Fragmento)

¿Quién puede enumerar las agresiones a un sueño perezoso?
Tendrá que decir cuántas manos golpean el cobre en la ciudad,
cuando la luna en eclipse es golpeada por la peonza cólquida.*
Tú, Esparso, no conoces estas cosas ni puedes conocerlas,
regalándote en tus dominios del Petilio,
cuya terraza contempla desde arriba las cimas de los montes
y tiene en la ciudad un campo y un viñador romano
y no es más fértil el otoño en las colinas falernas
y dentro de tus umbrales hay amplio paseo para tu berlina
y en su interior el sueño y el descanso no es perturbado
por voz alguna y no hay más día que el que dejes entrar.
A mí me despierta la risa de la gente que pasa
y tengo a Roma en mi cama. Cuantas veces, cansado
de aguantar, quiero dormir, me voy a mi quinta.


Marco Valerio Marcial (Romano nacido en la actual España, 40-104).
 
(Traducido al español por Enrique Montero Cartelle).

* En la antigua Roma se creía que al hacerlo era posible hacer volver a la luna de su eclipse
y la referencia a la Cólquida se debe a los hechizos de Medea. 
La ilustración corresponde a un eclipse parcial de luna visto desde un arco del Coliseo de Roma.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Eclipse: EMILIO O DE LA EDUCACIÓN, de Jean Jacques Rousseau

"... llegar desde una revolución diurna al cálculo de los eclipses..."

(Fragmento del Libro III)
 
Como siempre procedemos lentamente de una idea sensible a otra idea sensible, como nos familiarizamos durante mucho tiempo con una antes de que pasemos a otra, y como nunca forzamos a nuestro alumno a que esté atento, mucho tendrá que andar desde esta primera lección hasta conocer el curso del sol y la configuración de la tierra, pero como todos los movimientos aparentes de los cuerpos celestes están basados en el mismo principio, y la primera observación nos lleva a todas las demás observaciones, nos cuesta menos, aunque se necesite más tiempo, llegar desde una revolución diurna al cálculo de los eclipses que entender bien la causa de la sucesión del día y de la noche.
 
Puesto que el sol gira alrededor del mundo, describirá un círculo, y todo círculo es necesario que tenga un centro, y nosotros ya lo sabemos. Este centro no podemos verlo porque está en el interior de la tierra, pero en su superficie podemos señalar dos puntos opuestos que le correspondan. Una aguja que pase por los tres puntos y se prolongue hasta el cielo por una y otra parte será el eje del mundo y del movimiento diurno del sol. Una peonza redonda que ruede representará el cielo dando vueltas sobre su eje; los dos puntos de la peonza son los dos polos, y el niño tendrá una gran satisfacción en conocer uno, pues yo se lo muestro en la cola de la osa menor. Ya tenemos diversión para las estrellas, y de aquí nace la primera afición por conocer los planetas y observar las constelaciones.
 
Nosotros hemos visto salir el sol el día de San Juan; vamos también a verle salir por Navidad, o cualquier otro día sereno de invierno, puesto que ya es sabido que no tenemos pereza y que no nos asusta el frío. Tengo mucho cuidado de realizar esta observación en el mismo sitio en que hicimos la primera y mediante alguna habilidad para lograr que se fije en ello, uno de los dos exclama: «¡Qué sorpresa!, el sol no sale por el mismo sitio. Aquí están nuestros sitios de antes, y ahora ha salido por allí; luego existe un oriente de verano y otro de invierno...» Maestro joven, ya estás en el camino. Estos ejemplos te deben ser suficientes para poder enseñar con mucha claridad la esfera, representando el mundo por el mundo y el sol por el sol.
 
 
Jean Jacques Rousseau (Escritor suizo en lengua francesa, 1712-1778).

jueves, 7 de septiembre de 2017

Eclipse: LAS MINAS DEL REY SALOMÓN, de H. Rider Haggard

"... oigan al impostor que afirma apagará la luna como si fuera una lámpara."
 
(Fragmento del capítulo XI: La señal)
 
- Ha llegado el instante -me dijo sir Enrique con voz baja-, ¿qué espera usted?
 
- El eclipse. Hace media hora no separo la vista de la luna y jamás la he contemplado con mejor salud.
 
- Pues no hay más remedio que decidir la partida ahora mismo o la muchacha perece. Twala está perdiendo la paciencia.
 
Convencido de la fuerza del argumento, arrojé una ansiosa mirada a la radiante faz de la luna, como jamás lo hiciera el más ardiente astrónomo en espera de algún suceso, comprobación de sus teorías, y, asumiendo toda la majestad imaginable, pasé a colocarme entre la postrada joven y la lanza de Scragga, diciendo al mismo tiempo:
 
- Rey, esa joven no morirá; nunca consentiremos acto tan inhumano; déjala que se retire en salvo.
 
Twala se levantó furioso de su asiento, y de los jefes y nutridos pelotones de las muchachas, que insensiblemente se habían aproximado en expectativa de la tragedia, se oyó un murmullo de asombro.
 
- ¡ No morirá, dices tú, perro blanco, que ladras al león en su cueva; no morirá! ¿Estás loco? Anda con tiento, no sea que la suerte de esa paloma te alcance a ti y a los tuyos. ¿Cómo lo podrás impedir?¿Quién eres tú para oponerte a mi voluntad? ¡Retírate, te lo mando! Scragga, mátala. ¡Eh, guardias! Capturen a esos hombres.
 
A este grito, varios soldados armados, saliendo de detrás de la choza, donde evidentemente habían sido colocados de antemano, corrieron hacia nosotros.
 
Sir Enrique, Good y Umbopa se pusieron a un lado y prepararon los rifles.
 
- ¡Deténganse -grité atrevidamente, por más que el alma se me había ido a los pies.- ¡Deténganse!, nosotros, los hombres blancos de las estrellas, decimos que no morirá. Si dan un solo paso más, apagaremos la luz de la luna, sumergiendo la tierra en las más profundas tinieblas. ¡Ya verán lo que puede nuestra magia!
 
Mi amenaza produjo su efecto; los soldados se detuvieron y Scragga permaneció frente a nosotros, inmóvil y con su lanza prevenida.
 
- ¡Óiganlo! ¡Óiganlo! -gritó burlonamente Gagaula-, oigan al impostor que afirma apagará la luna como si fuera una lámpara. Sí, que lo haga, o que muera con Faulata, y con todos sus compañeros.
 
Alcé los ojos a nuestro satélite y, cobrando ánimo, lleno de alegría, vi que no nos habíamos equivocado. En el borde del hermoso luminar se proyectaba una pequeña sombra, mientras que la opaca penumbra se extendía y condensaba sobre su radiante superficie.
 
Entonces levanté la mano hacia el cielo del modo más solemne, movimiento que sir Enrique y Good imitaron, y con afectada entonación recité uno o dos versos de mi libro favorito, La leyenda de Ingoldsby. Sir Enrique secundó mi fingida imprecación, con un versículo de la Biblia, y Good coadyuvó a hacerla más imponente dirigiendo a la Reina de la Noche, en una retahíla ininterrumpida, las expresiones más clásicas del repertorio marinesco.
 
Gradualmente la penumbra, haciéndose más espesa, amorteció visiblemente el brillante disco y una exclamación de miedo se escuchó en la aterrorizada multitud que nos rodeaba.
 
- ¡Mira, oh rey! ¡Mira Gagaula! Miren, jefes, soldados y mujeres, y digan si los hombres blancos de las estrellas hacen lo que prometen o son unos vanos impostores!
 
- La luna se obscurece ante sus propios ojos; pronto las tinieblas nos envolverán. ¡Sí!, las tinieblas, cuando más grande y clara centelleaba la luna. Nos han pedido una señal, y se las damos. Apágate; ¡Oh luna!, extingue tu luz, tu pura e inmaculada luz, abate hasta el polvo la frente de los soberbios y sepulta el mundo en las más lóbregas sombras de la noche.


Henry Rider Haggard (Inglaterra, 1856-1925).
 
La ilustración corresponde a un fotograma de la adaptación de la novela al cine, filmada en 1937.

martes, 5 de septiembre de 2017

Eclipse: EL ARPA Y LA SOMBRA, de Alejo Carpentier


(Fragmento)

... Cuando me asomo al laberinto de mi pasado en esta hora última, me asombro ante mi natural vocación de farsante, de animador de antruejos de armador de ilusiones, a manera de los saltabancos que en Italia, de feria en feria -y venían a menudo a Savona- llevan sus comedias, pantomimas y mascaradas. Fui trujamán de retablo, al pasear de trono en trono mi Retablo de Maravillas. Fui protagonista de sacra reppresentazione al representar, para los españoles que conmigo venían, el gran auto de la Toma de Posesión de Islas que ni se daban por enteradas. Fui ordenador magnifico de la Gran Parada de Barcelona -primer gran espectáculo de Indias Occidentales, con hombres y animales auténticos, presentado ante los públicos de la Europa. Más adelante -fue durante mi tercer viaje- al ver que los indios de una isla se mostraban recelosos en acercarse a nosotros, improvise un escenario en el castillo de popa, haciendo que unos españoles danzaran bulliciosamente al son de tamboril y tejoletas, para que se viese que éramos gente alegre y de un natural apacible (Pero mal nos fue en esa ocasión, para decir la verdad, puesto que los caníbales, nada divertidos por moriscas y zapateados, nos dispararon tantas flechas como tenían en sus canoas...) Y, mudando el disfraz, fui Astrólogo y Milagrero en aquella playa de Jamaica donde nos hallábamos en la mayor miseria, sin alimentos, enfermos y rodeados para colmo, por habitantes hostiles listos a asaltarnos. En buena hora se me ocurrió consultar el libro de Efemérides de Abraham Zacuto, que siempre llevaba conmigo, comprobé que aquella noche de febrero, veríase un eclipse de luna, y al punto anuncié a nuestros enemigos que si esperaban un poco, en paz, asistirían a un grande y asombroso portento. Y, al llegar el momento, aspándome como molino, gesticulando como nigromante, clamando falsos ensalmos, ordene a la luna que se ocultase... y ocultose la luna. Fuime en seguida a mi cámara y luego de esperar a que corriese el reloj de arena el tiempo que hubiese de durar el milagro -tal cual estaba indicado en el tratado- reaparecí ante los caníbales aterrados, ordenando a la luna que volviese a mostrarse -cosa que hizo sin demora, atendiendo a mi mandato (Acaso por tal artimaña llegué vivo a la fecha de hoy...)
 
Alejo Carpentier
(Cubano nacido en Suiza y fallecido en Francia; 1904-1980).
 
La ilustración corresponde a un grabado del siglo XVIII sobre el eclipse de luna narrado por Cristóbal Colón.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Eclipse: UN MILAGRO COMO PRETEXTO


Es muy conocido un relato de Cristóbal Colón cuando se encontraba varado en Jamaica, en 1504, ante la carencia de suministros, una parte de su tripulación se amotinó y tras cometer algunos desmanes entre la población nativa, fueron capturados y sometidos. Los indígenas locales se negaron entonces a seguir proporcionando alimentos a la expedición española.
 
Colón encontró una ingeniosa solución al problema consultando el Almanaque Perpetuo, de Johannes Müller von Königsberg, quien empleaba el seudónimo Regiomontanus, pues en sus tablas astronómicas establecía que por esas fechas tendría lugar un eclipse total de luna. Tres días antes de que esto sucediera, solicitó hablar con el cacique de la región y le amenazó asegurando que su dios los castigaría desapareciendo la luna con todas las calamidades que eso implicaba.
 
Según sus propias palabras: “En la tarde anunciada, cientos de indígenas se congregaron. Cuando salió la Luna ya estaba parcialmente oscurecida y el pánico entre los nativos se extendió al verla menguar.” Su hijo, Fernando Colón, describió lo sucedido: “… con grandes gritos y lamentos comenzaron a correr en todas direcciones cargando los barcos con provisiones y rogando al Almirante que intercediera con su dios en su favor.”
 
Esta anécdota, tan difundida, ha servido como pretexto para algunas páginas en varias novelas de aventuras y un conocido cuento.
 
En 1885, apareció en Inglaterra la primera edición de Las minas del rey Salomón, escrita por Henry Rider Haggard, en donde para rescatar a la doncella Foulata, el protagonista Allan Quatermain aplica la idea de Colón, una vez que ha confirmado la fecha en que estaba anunciado un eclipse.
 
Apenas cuatro años más tarde, en su obra Un yanqui en la corte del rey Arturo, el estadonidense Mark Twain acude al mismo recurso para salvar a su protagonista de la hoguera. Sin embargo, jugando con los anacronismos tiene la prudencia de advertir: “¡El eclipse! Recordé, como en un relámpago, que Colón, o Cortés, o algún otro utilizó esto del eclipse para salir de un apuro, una vez, y asustar a los salvajes. Yo, podía también utilizarlo, ahora, sin riesgo de que me acusaran de plagiario, pues lo hacía cerca de mil años antes del que lo hizo por vez primera.”
 
En 1952, el guatemalteco afincado en México, Augusto Monterroso, escribió un relato breve titulado El eclipse, en que el fraile Bartolomé Arrazola intenta engañar a los indígenas nativos con esa artimaña.
 
En su novela El arpa y la sombra, el cubano Alejo Carpentier emprende una acuciosa exploración de los viajes del almirante con la peculiaridad de que concede la voz de la narración al propio Colón. Explicaba el autor lo que le animó a escribir su obra: “En 1937, al realizar una adaptación radiofónica de El libro de Cristóbal Colón, de Claudel, para la emisora Radio Luxemburgo, me sentí irritado por el empeño hagiográfico de un texto que atribuía sobrehumanas virtudes al Descubridor de América. Más tarde me topé con un increíble libro de Léon Bloy, donde el gran escritor católico solicitaba nada menos que la canonización de quien comparaba, llanamente, con Moisés y San Pedro.El arpa y la sombra fue publicada en 1978 y en sus páginas se incluye el citado episodio.
 
En los días subsecuentes me ocuparé en Mitos y reincidencias, de cada uno de los cuatro títulos aquí mencionados.

Jules Etienne