Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 21 de septiembre de 2017

Eclipse: LOS DIOSES TIENEN MIEDO, de H. P. Lovecraft

"... hay terror en el cielo, pues la luna ha sufrido un eclipse que ni los libros humanos ni los Dioses de la Tierra han sido capaces de predecir..."

(Fragmento)

«La niebla es muy tenue, y la luna arroja sombras sobre las laderas; las voces de los Dioses de la Tierra son violentas y airadas; temen la llegada de Barzai, el Sabio, porque es más grande que ellos... La luz de la luna fluctúa, y los Dioses de la Tierra danzan frente a ella; veré danzar sus formas, saltando y aullando a la luz de la luna... La luz se debilita; los dioses tienen miedo...»
 
Mientras Barzai gritaba estas cosas, Atal notó un cambio espectral en todo el aire, como si las Leyes de la Tierra cedieran ante otras leyes superiores; porque aunque el sendero era más pronunciado que nunca, el asenso se había vuelto espantosamente fácil, y la cornisa apenas fue un obstáculo cuando llegó a ella y trepó peligrosamente por su cara convexa. El resplandor de la luna se había apagado extrañamente; y mientras Atal se adelantaba en las brumas, monte arriba, oyó a Barzai, el Sabio, gritar entre las sombras:
 
«La luna es oscura, y los dioses danzan en la noche; hay terror en la noche; hay terror en el cielo, pues la luna ha sufrido un eclipse que ni los libros humanos ni los Dioses de la Tierra han sido capaces de predecir... Hay una magia desconocida en el Hatheg-Kla, pues los gritos de los dioses asustados se han convertido en risas, y las laderas de hielo ascienden interminablemente hacia los cielos tenebrosos, en los que ahora me sumerjo... ¡Eh! ¡Eh! ¡Al fin! ¡En la débil luz, he percibido a los Dioses de la Tierra!»
 
Y entonces Atal, deslizándose monte arriba con vertiginosa rapidez por inconcebibles pendientes, oyó en la oscuridad una risa repugnante, mezclada con gritos que ningún hombre puede haber oído salvo en el Fleguetonte de inenarrables pesadillas; un grito en el que vibró el horror y la angustia de una vida tormentosa comprimida en un instante atroz:«¡Los Otros Dioses! ¡Los Otros Dioses! ¡Los Dioses de los Infiernos Exteriores que custodian a los débiles Dioses de la Tierra! ... ¡Aparta la mirada!... ¡Retrocede!... ¡No mires! ¡No mires! La venganza de los abismos infinitos... Ese maldito, ese condenado precipicio... ¡Misericordiosos Dioses de la Tierra, estoy cayendo al cielo!»

Y mientras Atal cerraba los ojos, se taponaba los oídos, y trataba de descender luchando contra la espantosa fuerza que le atraía hacia desconocidas alturas, siguió resonando en el Hatheg-Kla el estallido terrible de los truenos que despertaron a los pacíficos aldeanos de las llanuras y a los honrados ciudadanos de Hatheg, de Nir y de Ulthar, haciéndoles detenerse a observar, a través de las nubes, aquel extraño eclipse que ningún libro había predicho jamás. Y cuando al fin salió la luna, Atal estaba a salvo en las nieves inferiores de la montaña, fuera de la vista de los Dioses de la Tierra y de los Otros Dioses.
 
Ahora se dice en los mohosos Manuscritos Pnakóticos que Sansu no descubrió otra cosa que rocas mudas y hielo, la vez que escaló el Hatheg-Kla en la juventud del mundo. Sin embargo, cuando los hombres de Ulthar y de Nir y de Hatheg, reprimieron sus temores y escalaron ese día esa cumbre encantada en busca de Barzai, el Sabio, encontraron grabado en la roca desnuda de la cima un símbolo extraño y ciclópeo de cincuenta codos de ancho, como si la roca hubiese sido hendida por un titánico cincel. Y el símbolo era semejante al que los sabios descubrieron en esas partes espantosas de los Manuscritos Pnakóticos que no se pueden leer. Eso encontraron.
 
Jamás llegaron a encontrar a Barzai, el Sabio, ni lograron convencer al santo sacerdote Atal para que rezase por el descanso de su alma. Y todavía hoy, las gentes de Ulthar y de Nir y de Hatheg tienen miedo de los eclipses, y rezan por la noche, cuando los pálidos vapores ocultan la cumbre de la montaña y la luna. Y por encima de las brumas de Hatheg-Kla, los Dioses de la Tierra danzan a veces con nostalgia; porque saben que no corren peligro, y les encanta venir a la desconocida Kadath en sus naves de nube a jugar como antaño, como hacían cuando la Tierra era nueva y los hombres no escalaban las regiones inaccesibles.
 

 Howard Philips Lovecraft (Estados Unidos, 1890-1937).

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