Cuando Domenico Scarlatti se sienta ante el clavicordio en El memorial del convento, la música provoca emociones y remite a paisajes, incluidos los canales venecianos, que consigna Saramago con gran intensidad narrativa:
... sólo las mujeres, tiernos corazones, se dejan arrastrar por la música y por la chiquilla, incluso tocando ella tan mal, que nada tiene de extraño, qué esperaría Doña María Ana, milagros, está la pequeña empezando, el signor Scarlatti ha llegado hace sólo unos meses, y por qué tienen esos extranjeros nombres tan difíciles, si tan poco cuesta descubrir que es Escarlata el nombre de éste, y le queda bien, hombre de completa figura, rostro grande, boca ancha y firme, ojos separados, no sé qué tienen los italianos, como éste, nacido en Nápoles hace treinta y cinco años, Es la fuerza de la vida, hermana.
Terminó la lección, se deshizo el grupo, el rey fue para un lado, la reina para otro, la infanta no sé para dónde, todos observando precedencias y preceptos, haciendo múltiples reverencias, al fin se alejó el rumor de los guardainfantes y de las calzas de cintas, y en el salón de música quedaron sólo Domenico Scarlatti y el padre Bartolomeu de Gusmão. El italiano hizo una pasada de dedos por el teclado, primero sin objeto, luego, como si buscara un tema o quisiera enmendar los ecos, y de repente pareció encerrado en la música que tocaba, corrían sus manos por el teclado como un barco florido en la corriente, demorada aquí y allá por las ramas que de las márgenes se inclinan, luego velocísima, después deteniéndose en las aguas dilatadas de un lago profundo, bahía luminosa de Nápoles, secretos y sonoros canales de Venecia, luz refulgente y nueva del Tajo, allá va el rey, se recogió la reina en su cámara, la infanta se inclina sobre el bastidor, de pequeñita aprende, y la música es un rosario profano de sonidos, madre nuestra que estás en la tierra. Señor Scarlatti, dice el cura cuando termina la improvisación y todos los ecos quedan corregidos, señor Scarlatti, no es tanta mi vanidad que crea saber de ese arte, pero estoy seguro de que hasta un indio de mi país, que de ella sabe aún menos que yo, se sentiría arrebatado por esas armonías celestes...
Por su parte Nedim Gürsel -escritor turco ahora nacionalizado francés-, refiere en su novela Los turbantes de Venecia a otro compositor italiano, Antonio Vivaldi, por coincidencia, contemporáneo del citado Scarlatti:
Allí, columnas de mármol tallado que se elevaban hacia lo alto separaban la parte cubierta del patio interior. pasó entre las columnas y se detuvo bajo la loggia. aquello era como un refugio rodeado de altos muros. El agua caía golpeteando los patios, uno dentro de otro, desde ambos lados de los soportales. Se arrebujó en el abrigo y se sacudió con la mano las gotas de agua que chorreaban por la tela. También tenía los zapatos completamente calados. Era como si un agua helada subiera desde el enlosado mojado hasta sus rodillas. Sintió un escalofrío de miedo. Le daba la impresión de que el agua iba ascendiendo por su cuerpo hasta casi ahogarle.
Justo en ese momento un sonido que surgía por una de las ventanas inundó el patio. Acompañado por violines subía y bajaba produciendo ecos en los viejos muros, en las escaleras que se entrecruzaban, en las columnas y los arcos. Kâmil reconoció la música de Vivaldi. El cantante era un falsetto, con su voz doliente y experta decía: "Sabat Mater Dolorosa. Iusta crucem lacrimosa".
Jules Etienne
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