Regresa la primavera a Vancouver.

lunes, 9 de noviembre de 2015

James Joyce e Italo Svevo: DOS VIAJES DE NOVIOS POR VENECIA

"...en Venecia, paseábamos en góndola, por uno de esos canales..."

No deja de resultar curioso el hecho de que James Joyce escribió una buena parte de Ulises mientras radicaba en Trieste, muy cerca de Venecia, pero haya evitado visitarla durante los diez años que permaneció allí, en contraste con tantos escritores de las más variadas procedencias que se enamoraron de la ciudad.
 
Cuando tuvo que viajar en tren a Padua con el fin de aplicar para un puesto de profesor de inglés, tendría que haber transbordado en Mestre o Venecia misma, aunque resulta evidente que no tenía ningún interés por conocerla. En una carta que le escribe a su esposa Nora, fechada el 25 de abril de 1912, se queja de que Padua estaba llena de viajeros que no alcanzaron hospedaje en Venecia y por ese motivo se vio en la necesidad de emprender un peregrinaje hotel tras hotel hasta finalmente conseguir una habitación.
 
Dos años más tarde, con el inicio de la guerra, como Trieste era parte del imperio austro-húngaro, se volvió casi imposible recibir correspondencia procedente de Inglaterra, país enemigo, por lo que se vio obligado a utilizar un domicilio en Venecia que le facilitó su amigo Italo Svevo. A éste, cuyo verdadero nombre era Ettore Schmitz -de origen judío y converso al catolicismo-, lo conoció cuando era su alumno de inglés y de inmediato entablaron una amistad basada en sus afinidades literarias. Schmitz solía decir que adoptó su seudónimo debido a que: "Me daba pena ver esa pobre e insignificante vocal rodeada de un montón de feroces consonantes", y con ese nombre publicó, en 1892 y 1898, sus primeras dos novelas: Una vida y Senilidad, las cuales pasaron desapercibidas. Será hasta 1919 cuando inicie la escritura de su obra más ambiciosa, La conciencia de Zeno, cuya primera edición aparecería en 1923, un año después que Ulises. 
 
Está bien documentado que Joyce estuvo de paso por Venecia, entre el 3 y el 5 de julio de 1920, junto con Nora y sus hijos, camino a París, a donde iba animado por la insistencia de Ezra Pound -paradójico si se considera la pasión que éste expresaría por Venecia en el futuro- para procurar la traducción al francés de El retrato de un artista adolescente y Dublineses. Llegó a la capital francesa por una breve temporada y se quedó veinte años. Allí concluiría Ulises, en cuyo torrente del episodio final, Penélope, entre páginas enteras que no admiten el respiro de la puntuación, escribió estas líneas que incluyen una muy breve referencia veneciana:
 
"... pero lo calé hablándome de todos los sitios bonitos que podríamos ir para el viaje de novios Venecia a la luz de la luna con las góndolas y el lago Como tenía una foto recorte de algún periódico y de mandolinas y farolillos..."
 
Imposible pasar por alto su relativa semejanza con este párrafo que corresponde al capítulo cuarto, Esposa y amante, en La conciencia de Zeno:
 
"Recuerdo que una noche, en Venecia, paseábamos en góndola, por uno de esos canales sumergido en profundo silencio que sólo interrumpía de vez en cuando la luz y el ruido de una calle que de repente se abre sobre él. Augusta, como siempre, miraba las cosas y las registraba con precisión: un jardín verde y fresco que surgía de una base sucia dejada al descubierto por el agua que se había retirado; un campanario que se reflejaba en el agua turbia; una callejuela larga y oscura con un río de luz y con gente al fondo. En cambio, yo, en la oscuridad, sentía, con absoluto desconsuelo, a mí mismo. Le hablé de que el tiempo pasaba y pronto haría ella de nuevo aquel viaje de novios con otro. Estaba tan seguro de ello, que me parecía contarle una historia ya sucedida y me pareció fuera de lugar que se echara a llorar para negar la verdad de dicha historia."
 
Svevo y Joyce: dos amigos escritores cuyas novelas más ambiciosas se publicaron casi al mismo tiempo, convivieron durante una década en Trieste y ubican a sus personajes de luna de miel en una góndola veneciana. Al menos estas coincidencias sirven como pretexto para ocuparse de ellas.
 
 
Jules Etienne

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