En Ragusa, el mercader holandés
trocó sus zafiros por una jarra de cerveza servida en el mismo muelle, pero
tuvo que escupir aquel insulso líquido aventado que no tenía el mismo gusto que
la cerveza de las tabernas de Ámsterdam. El mercader italiano desembarcó en
Venecia con el propósito de hacerse proclamar Dogo, mas pereció asesinado al
día siguiente de sus nupcias con la laguna. En cuanto al mercader griego, se le
ocurrió atar los zafiros a un cabo largo y suspenderlos en el costado de la
barca, esperando que el contacto con las olas fuera benéfico para su hermoso
color azul. Al mojarse, las gemas se volvieron líquidas y apenas si añadieron
al tesoro del mar unas pocas gotas de agua transparente. El hombre se consoló
pescando peces y asándolos al rescoldo de la ceniza.
Un atardecer, al cabo de veintisiete
días de navegación, el barco fue atacado por un corsario. El mercader de
Basilea se tragó sus zafiros para sustraerlos de la avaricia de los piratas y
murió de atroces dolores de entrañas. El griego se echó al mar y fue recogido
por un delfín, que lo condujo hasta Tinos. El irlandés, molido a golpes, fue
dejado por muerto en la barca, entre los cadáveres y los sacos vacíos; nadie se
tomó la molestia de quitarle el colgante de falsas piedras azules, que no tenía
ningún valor. Treinta días más tarde, la barca a la deriva entró por sí misma
en el puerto de Dublín y el irlandés echó pie a tierra para mendigar un pedazo
de pan.
Estaba lloviendo. Los tejados oblicuos
de las casas bajas sugerían grandes espejos destinados a captar los espectros
de la luz muerta. La calzada desigual se encharcaba más y más; el cielo, de un
parduzco sucio, parecía tan cenagoso que ni los ángeles se hubieran atrevido a
salir de la casa de Dios; las calles estaban desiertas; el puesto de un mercero
ambulante, que vendía calcetines de lana cruda y cordones para los zapatos, se
veía abandonado al borde de una acera debajo de un paraguas abierto. Los reyes
y los obispos esculpidos en el pórtico de la catedral no hacían nada para
impedir que cayera la lluvia sobre sus coronas o sus mitras, y la Magdalena
recibía el agua en sus senos desnudos.
Marguerite Yourcenar* (Escritora en lengua francesa nacida en Bélgica, educada en Francia y afincada en Estados Unidos, donde falleció. Tenía doble nacionalidad, francesa y estadounidense; 1903-1987)
* El apellido Yourcenar era un seudónimo literario, anagrama del verdadero apellido: Crayencour. Su nombre completo fue Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislain Cleenewerck de Crayencour, al que podrían añadirse al final de Cartier de Marchienne, sus apellidos maternos.
* El apellido Yourcenar era un seudónimo literario, anagrama del verdadero apellido: Crayencour. Su nombre completo fue Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislain Cleenewerck de Crayencour, al que podrían añadirse al final de Cartier de Marchienne, sus apellidos maternos.
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