Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 23 de noviembre de 2015

Venecia: ANOTACIONES, de Silvina Ocampo


(Fragmento)
 
El día en que me muera caerán de mis ojos lágrimas y de mi boca palabras. Nunca se contradicen. ¿No volveré a Italia? ¿No llegaré en góndola a Venecia? ¿No oiré las campanadas de las siete y los acordes de la tarde? Las campanadas dicen: tal vez las oigas y tal vez llegues a Venecia pronto y tal vez se ilumine el cielo y tal vez el mundo se transforme abruptamente. ¿En qué? En Venecia. Iré corriendo por la plaza San Marco, por todas las edades, y no me reconoceré en ningún espejo, por mucho que me busque, y que me busquen. No seré una niña de siete años, ni una joven de quince, ni una columna de la iglesia, ni un caballo de mármol, ni una rosa de estuco, ni una muñeca de 1880, ni un cuadro de Guirlandaio ni de Rafael, y llegaré al Palazzo Ducale y lloraré; nadie sabe por qué, ni yo misma. Lloraré oyendo las voces de los gondoleros, tristes en la noche. No veré los cisnes de mi infancia nadando en un lago de San Isidro o en la costa del Río de la Plata, rodeado de sauces, ni el precioso bosque de madreselvas asesinas, que se comen los árboles.
 
¡La torre del reloj sin fin! No veo la hora. ¿Serán las ocho? Serán las dos menos veinte? ¿Qué hora será? Toda hora me da miedo, como me da miedo la hora en que quedó clavada, con sus agujas, la muerte de Murena. Las ocho en un reloj que no andaba y no andaría nunca.


Silvina Ocampo (Argentina, 1903-1993)

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