"¿... mi nombre digno, mi honra de casada?, ¿qué me importan? Toma todo eso en tu boca ardiente..."
(Fragmento del capítulo 20)
Y en la sala se abrieron las puertas del cielo e irrumpió el canto de aleluya.
«¿Dónde se vio yogar en camisón?» Doña Flor quedó tan desnuda como él, vistiéndose y completándose el uno con la desnudez del otro. Una lanza de fuego la traspasó y Vadinho la deshonró por segunda vez: una antes, cuando era doncella, otra ahora, de casada (y si tuviera otras honras también se las quitaría). Y allá se fueron los dos por las praderas de la noche, hasta las orillas de la mañana.
Nunca se entregaba de ese modo, tan suelta, tan fogosa, con tan ardiente voracidad, con tanto delirio. ¡Ah, Vadinho!, si tú tenías hambre y sed, ¿qué decir de mí, sostenida con un régimen escaso y soso, sin sal y sin azúcar, casta esposa de un marido respetador y sobrio? ¿Qué me importa lo que digan la calle y la ciudad; mi nombre digno, mi honra de casada?, ¿qué me importan? Toma todo eso en tu boca ardiente de cebolla cruda y quema en tu fuego mi decencia innata, rasga con tus espuelas mi antiguo pudor, soy tu perra, tu yegua, tu puta.
Fueron y vinieron, partieron y llegaron, y, apenas volvían, ya partían de nuevo, siempre de llegada, siempre de regreso. Tantas nostalgias y tantas metas a cumplir todas alcanzadas, algunas repetidas.
Insolente y bienamada, sucia y linda, la boca de Vadinho le decía tantas indecencias, le recordaba las dulzuras de otro tiempo.
Jorge Amado (Brasil, 1912-2001)
La ilustración corresponde a una puesta en escena en Paraguay de la versión teatral sobre la novela original.
La ilustración corresponde a una puesta en escena en Paraguay de la versión teatral sobre la novela original.
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