Hace cuarenta años falleció Pablo Neruda. Así, con ese nombre que además es el que se puede leer en su tumba. Es bien sabido que su verdadero nombre era Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto y que asumió el seudónimo literario con el que se le conoce cuando era estudiante en el Liceo de Temuco y tenía apenas dieciséis años de edad -en 1920-, con el fin de evitar algún reclamo de su padre, a quien le disgustaba la actividad literaria que había emprendido.
Sin embargo, mientras los lectores se familiarizaron de inmediato con el nombre adoptivo del poeta, biógrafos y críticos se dieron a la tarea de buscar su origen. El propio Neruda en el libro que narra sus memorias, Confieso que he vivido, refiere un diálogo con el escritor checo Egon Erwin Kisch:
"Y así fue. Moriría en Praga, en medio de todos los honores que alcanzó a darle su patria liberada, pero nunca lograría investigar aquel intruso profesional por qué Neruda se llamaba Neruda.
La respuesta era demasiado simple y tan falta de maravilla que me la callaba cuidadosamente. Cuando yo tenía 14 años de edad, mi padre perseguía denodadamente mi actividad literaria. No estaba de acuerdo con tener un hijo poeta. Para encubrir la publicación de mis primeros versos me busqué un apellido que lo despistara totalmente. Encontré en una revista ese nombre checo, sin saber siquiera que se trataba de un gran escritor, venerado por todo un pueblo, autor de muy hermosas baladas y romances y con monumento erigido en el barrio Mala Strana de Praga. Apenas llegado a Checoeslovaquia, muchos años después, puse una flor a los pies de su estatua barbuda."
Todo parece factible. Lo avala su propia aseveración. Sin embargo, hay algo que no concuerda. Y es que a pesar de que Jan murió en 1891, la primera traducción al español de sus Cuentos de la Malá Strana apareció hasta el año de 1922, publicada por Espasa Calpe, cuando ya el poeta firmaba como Pablo Neruda.
Enrique Robertson, en su espléndida investigación titulada El enigma inaugural, se dio a la tarea de rastrear el origen de este seudónimo. Partiendo del supuesto de que, en efecto, Pablo Neruda no hubiese adoptado el apellido de Jan, sugiere que bien podría haber surgido como una explicación a posteriori:
También es probable que inicialmente Kisch se interesara por saber la proveniencia del apellido del poeta chileno, en el convencimiento de estar hablando con el hijo o nieto de un checo emigrado desde la maravillosa Praga -o de otro lugar de Bohemia- al sur más sur de la América del Sur. Y que por eso cuando este intruso profesional, que siempre quería estar bién informado de todo, oyó decir a Neruda que entre sus antepasados no contaba con ningún checo de ese ni de otro nombre, se sorprendiera muchísimo y quisiera satisfacer su curiosidad preguntándole: pero entonces, ¿nombróse usted Neruda...,por Jan Neruda? Comprensible pregunta -que sugería la respuesta- si se sabe que Kisch nació en Praga donde hay una calle y un monumento en memoria y honor al escritor Jan Neruda también nacido allí.
Miguel Aretche en su artículo titulado Sherlock Holmes admira a Neruda, publicado en la revista Hoy del 18 de febrero de 1981, propone otra posibilidad:
Sin embargo, la reciente relectura de un libro de Conan Doyle (Estudio en Escarlata. Pomaire, 1980), me hizo saltar de la cama y me planteó lo que en términos ajedrecísticos podría llamarse la variante herética de la Defensa Jan Neruda. En el capítulo cuarto de esta obra, Sherlock Holmes cita en dos ocasiones a una tal Norman Neruda. "Tenemos que darnos prisa -dice al doctor Watson- , porque deseo asistir al concierto del Halle para oir esta tarde a Norman Neruda". Más adelante: "Y ahora vamos a almorzar, y después a oir a Norman Neruda. La ejecución y el golpe de arco de esta mujer son maravillosos". En 1908 aparece (Litografía Universo, Santiago de Chile) Un crimen extraño, es decir, con otro título, la misma novela. Entre 1902 y aquel año circulaban en Chile varios libros de Conan Doyle, aquellos cuyo héroe es el deliciosamente infalible y morfinómano, Sherlock Holmes. (Ramón Sopena, editor). Variante herética: ¿leyó Ricardo Neftalí Reyes, antes de 1920, este libro? Y si lo leyó -siempre dijo que era admirador frenético de las novelas policiales-, ¿pasó por alto ese apellido hermoso y extraño?
Norman-Neruda no fue un personaje ficticio creado por Conan Doyle. A fines del siglo XVIII existió en realidad una violinista austríaca de nombre Guillermina -Wilma María Franzisca- Neruda, prodigiosa concertista desde su infancia, y Norman no era su nombre de pila, sino el apellido de su primer marido, el músico sueco Ludwig Norman. Como ella murió en 1911, tampoco resulta probable que el niño Ricardo Eliecer se hubiese interesado en sus virtuosas interpretaciones, pero sí en cambio, haber escuchado su nombre. Enrique Robertson parece aproximarse a la solución al darse a la tarea de buscar la relación entre el nombre Pablo y el apellido Neruda, de donde habría surgido la idea para el poeta. Y es así como encuentra que la violinista, casi al final de su carrera, acompañó al entonces joven cellista Pablo Casals en un concierto en Berlín. Ahí está pues, el nombre compuesto: Pablo Neruda. Ya sólo faltaba una última pista para confirmarlo: ¿Cómo pudieron aparecer los nombres de ambos en alguna publicación en español que el poeta adolescente hubiese leído en su natal Temuco? Es entonces que enfoca de nuevo su investigación sobre Sherlock Holmes, quien no sólo toca el violín sino que además posee un Stradivarius. Así es como surge en sus novelas el nombre de otro famoso poseedor de ese instrumento: el español Pablo de Sarasate. Ahora sólo se requería una prueba de que Pablo Neruda había visto los nombres de ambos violinistas para fusionarlos en un solo seudónimo y supuso que podría tratarse de una partitura:
Porque al echarle una despreocupada mirada a la portada de una partitura, me refiero a una de aquellos tiempos, nada tiene de raro pensar que se trata de una revista. Tanto el formato como la ilustración de la tapa pueden fácilmente inducir a ese error a cualquier persona que no se detenga a hojearla. Y esto último no es requisito para echarle una mirada a la portada. Y fijarse en los nombres impresos allí con grandes letras. Pablo Sarasate y Norman Neruda, por ejemplo. Eso es lo que debió haber sucedido el año 1920, cuando el joven Neftalí Reyes leyó esos nombres "en una revista", en la portada de una partitura que le pareció una revista. Alguien podría decir: "pero... ¿es posible sostener que en el fronterizo Temuco de los años 20 se podía encontrar una partitura de ese tipo? La respuesta es sí, sin duda alguna. En la pujante ciudad que crecía a grandes pasos aún no había un Conservatorio de Música, se fundó pocos años después. Pero no por eso era raro disfrutar allí de un concierto de música clásica. La mejor prueba de esta afirmación la proporciona el propio Neftalí Reyes. En su Cuaderno de Temuco, en poemas fechados en el mes de diciembre de 1919 hay unos versos que hablan de violines y "del alma de Chopin brumoso". Están escritos pocos meses antes de que a Neftalí Reyes "se le ocurriera" llamarse Pablo Neruda. Estos versos permiten afirmar sin temor a equivocarse que en esas fechas, en Temuco, se llevaban a efecto selectas veladas musicales.
Robertson concluye citando "las primeras palabras de Neruda en Estravagario: Para subir al cielo se necesitan dos alas, un violín...". Y allá permanece, ya que murió el 23 de septiembre de 1973, hoy se cumplen cuarenta años.
Neruda modificó la pronunciación del apellido de Jan al convertirlo en una palabra grave, cuando en checo se trata de una esdrújula. Gracias a la celebridad del premio Nobel, entre otras circunstancias, suele soslayarse la existencia del escritor checo o considerarlo "el otro Neruda", cuando debiera ser lo opuesto, le precedió en el tiempo y era su apellido auténtico. En todo caso nuestro Pablo sería "el otro Neruda".
Jules Etienne
Las ilustraciones corresponden a la tumba de Pablo Neruda en Isla Negra, Chile y a la portada de la partitura musical en que aparecen los nombres de Norman-Neruda y Pablo de Sarasate.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario