Regresa la primavera a Vancouver.

domingo, 4 de febrero de 2024

Mirándolas dormir: LAS HERMANAS RONDOLI, de Guy de Maupassant

"¿Hay cosa más hermosa que una mujer dormida?"

(Fragmento)

Y reía con su risa maligna y vejada. Me senté, torturado por la angustia. ¿Qué iba a hacer? Porque ¿tenía razón?. Y un terrible combate se entablaba en mí, entre el temor y el deseo.

Prosiguió: "Haz lo que quieras, yo ya te he avisado; no te quejes después de las consecuencias."

Pero vi en sus ojos una alegría tan irónica, tal placer de venganza, se burlaba tan descaradamente de mí, que no vacilé. Le tendí la mano: "Buenas noches, le dije:

"A fe mía, querido, la victoria vale el peligro."

Y entré con paso firme en la habitación de Francesca.

Me quedé junto a la puerta, sorprendido, maravillado. Dormía ya, completamente desnuda, en la cama. El sueño la había sorprendido cuando acababa de desnudarse, y reposaba en la actitud encantadora de la gran mujer de Tiziano.

Parecía haberse acostado por cansancio, para quitarse las medias, pues éstas habían quedado sobre las sábanas; después había pensado en algo, sin duda en algo agradable, pues había esperado un poco antes de levantarse, para dejar que su ensoñación terminase, y después, cerrando suavemente los ojos, había perdido la conciencia. Un camisón, bordado en el cuello, comprado en una tienda de confección, lujo de primeriza, yacía sobre una silla.

Era encantadora, joven, firme y fresca.

¿Hay cosa más hermosa que una mujer dormida? Ese cuerpo, cuyos contornos son todos suaves, cuyas curvas seducen todas, cuyos blandos relieves turban todos el corazón, parece hecho para la inmovilidad de la cama. Esa línea sinuosa que se ahonda en el flanco, se alza en la cadera, después desciende por la pendiente ligera y graciosa de la pierna para terminar tan coquetamente en la punta del pie, sólo se dibuja realmente con todo su exquisito encanto al alargarse sobre las sábanas de un lecho.

Iba yo a olvidar, en un segundo, los prudentes consejos de mi camarada; pero de pronto, al volverme hacia el tocador, vi todas las cosas en el estado en que yo las había dejado; y me senté, muy ansioso, torturado por la irresolución.

Con seguridad me quedé allí mucho tiempo, muchísimo, quizá una hora, sin decidir- me a nada, ni a la audacia ni a la huida. La retirada me resultaba imposible, por lo demás, y o bien tenía que pasar la noche en una silla, o bien que acostarme a mi vez, por mi cuenta y riesgo.

Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893).

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