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miércoles, 14 de febrero de 2024

Mirándolas dormir: LOS NIÑOS, de Edith Wharton

"Se había quedado dormida, y el sueño le privaba de sus defensas ante quienes la observaban."

(
Fragmento del capítulo XX)

¿Y Judith?

Después de almorzar los pequeños marcharon con la señorita Scope en busca de fresas silvestres, mientras los demás se quedaban sentados sobre el mullido musgo junto a una cascada de plata. Boyne, tumbado boca arriba sobre una roca, estudiaba el paisaje y meditaba tras una cortina de humo de pipa. Judith, algo apartada, se hallaba suntuosamente tendida sobre el lecho de musgo, el sombrero quitado, la cabeza apoyada en la curva de su brazo inmaduro. Su perfil destacaba menudo y claro sobre el temblor rojizo de los helechos doblados por la fuerza del agua. Las mejillas ardían con un color rosa intenso que oscurecía las cejas y las pestañas y velaba los párpados cerrados con una sombra de terciopelo. Se había quedado dormida, y el sueño la privaba de sus defensas ante quienes la observaban.

«Parece casi mayor… ya da ganas de besarla. Pero ¿por qué ahora, así de repen- te?», se preguntó Boyne, repentinamente molesto no por el realce de su belleza (cuya medida variaba de hora en hora) sino por la existencia de una nueva cualidad en ella. Apartó la mirada, que cayó sobre el señor Dobree, sentado frente a él con el estudiado abandon de un excursionista poco acostumbrado a las excursiones. El inagotable guardarropa del señor Dobree proporcionaba a su traje el toque justo de prenda raída, de andar por casa, y a su sombrero el tono levemente desvaído más adecuado para la ocasión; y Boyne se preguntó si no sería ese cambio en su indumentaria lo que le confería un aire distinto. Pero no; la diferencia era más honda. Pese a su atuendo campestre, el señor Dobree no parecía más tratable ni menos urbano; tan sólo más relajado y menos en guardia. Sus claros y cautos ojos se habían tornado confusos y furtivos; incluso se advertía en ellos una tenue línea de tensión hacia la figura yacente de Judith. Era manifiesto, a juzgar por su mirada, que los pensamientos del señor Dobree corrían veloces, y Boyne supo que estaba pensando lo mismo que él. El descubrimiento lo sorprendió sobremanera, si bien recordó que las tendencias igualatorias de la vida moderna también afectaban a la diferencia de edad y que el señor Dobree era a efectos prácticos apenas mayor que él. Además, conservaba su brío y sus músculos, su mirada se mostraba generalmente alerta y a pesar de su pelo entrecano no había razón alguna para que no pudiera compartir con él la contemplación de la indefensa belleza de Judith.

Edith Wharton
(Estadounidense fallecida en Francia, 1862-1937).

(Traducida al español por Catalina Martínez Muñoz).

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