Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Agosto: EL PUENTE, de Mircea Eliade

"... subido en la moto, despacio, sin meter ruido. La quinta vez pasó lo que tenía que pasar, el accidente..."

(Fragmento inicial)
 
París, agosto de 1976.

- ¡Hay que ver qué cosas pasan! Me estoy acordando de un motorista. Yo estaba delante del chalet, mirándolo. Quería ver cuándo se hartaba. Ya era la cuarta vez que subía por la empinada cuesta y, nada más llegar arriba, daba media vuelta y bajaba hacia el valle subido en la moto, despacio, sin meter ruido. La quinta vez pasó lo que tenía que pasar, el accidente, quiero decir. Lo llevé en brazos al chalet, ensangrentado, inconsciente. Cogí agua y se la eché por encima. Volvió en sí y, con gran sorpresa por mi parte, me reconoció. «Ya creía que no venías», me dijo. «Te estuve esperando el año pasado, más o menos por esta época.» Yo no entendía nada. «Debes de tomarme por otro», le dije. «Este chalet no es mío. Me lo ha prestado ocho días un amigo.» Él sonreía: «Ya sé que son las reglas del juego, tú tienes que hacer que no me reconoces. Pero soy yo, Emmanuel». Y empezó a contarme... todo tipo de historias raras, completamente inverosímiles. Lo interrumpí varias veces: «Pero si todo eso no es verdad. Sabes muy bien que no puede ser verdad. Te lo has inventado tú. ¿Y el accidente?», me preguntó con una sonrisa. «¿Y el accidente me lo he inventado yo?» Se restañaba con un pañuelo el labio superior, que le estaba sangrando, y en la mirada que me dirigía yo leía candor, pero también una imperceptible ironía. No sabía a qué carta quedarme. Me daba pena decirle la verdad, decirle que padecía de amnesia. Al final, tuve que decidirme. Si hubiera vuelto a perder el conocimiento, me habría visto en la obligación de llevarlo al hospital, y eso lo habría complicado todo mucho, muchísimo. «Aquí hay un error», le dije suavemente. «Estás aquí por error, me confundes con otro. Perteneces a otro mundo, a otra sociedad. A lo mejor eres un escritor, o un aventurero; sea como fuere, eres alguien con muchos secretos, cuyo pasado y cuyo futuro rebosan de aventuras fabulosas. Yo me muevo en un mundo modesto y prudente, carente de interés. Es imposible que me conozcas. Te repito que este chalet no es mío. Es de un amigo. Es la primera vez que vengo...»

Seguía mirándome mientras se restañaba el labio con el pañuelo. Lo dejé marchar, aun a sabiendas de que iba a perderse. Padecía de amnesia. ¿Qué posibilidades tenía de encontrarse con quienes lo estaban esperando, quienes lo habían esperado ya el año anterior? Padecía de amnesia, y las reglas del juego -a lo que había creído entender- exigían que no se le reconociese a la primera. Así que habría podido volver otra vez, y otra más, pero ¿cómo habría podido saber a casa de quién había ido y a casa de quién no había ido, si padecía de amnesia? Se marchó, y yo sabía de sobra que se iba a perder, Incluso empezaba a pesarme un poco haber dejado que se fuera. Era una persona interesante. Qué paciencia había tenido para subir tantas veces hasta arriba con la moto y volver a bajar, después, hasta el valle, hasta lo más hondo del valle, hasta el puente...
 

Mircea Eliade (Rumania, 1907-1986).

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