Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 1 de febrero de 2016

Unicornios: EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO (Por el camino de Swann), de Marcel Proust

"... transformado en un ser ajeno a la humanidad, desprovisto de facultades lógicas, casi un fantástico unicornio..."

(Fragmento del libro primero: Por el camino de Swann)

Y al mirar el rostro que ponía Swann, cuando la oía, se hubiera dicho que estaba absorbiendo un anestésico que le ensanchaba la respiración. Y en aquellos momentos el placer que le daba la música y que no iba a tardar en crear en él una autentica necesidad, se parecía, en efecto, al que habría sentido al percibir perfumes, al entrar en contacto con un mundo para el que no estamos hechos, que nos parece sin forma, porque nuestros ojos no lo perciben, y sin significado, porque escapa a nuestra inteligencia y lo alcanzamos con un sólo sentido. Para Swann -cuyos ojos, aunque delicados gustadores de pintura, y cuyo entendimiento, aunque fino observador de las costumbres, llevaban para siempre la marca indeleble de la aridez de su vida-, era gran reposo, misteriosa renovación, sentirse transformado en un ser ajeno a la humanidad, ciego, desprovisto de facultades lógicas, casi un fantástico unicornio, un ser quimérico que sólo percibía el mundo por el oído. Y, como en la frasecita (de la sonata de Vinteuil) buscaba, sin embargo, un sentido hasta el que su inteligencia no podía descender, experimentaba una extraña embriaguez al despojar su alma más recóndita de todos los auxilios del razonamiento y hacerla pasar sola por el pasadizo, por el filtro obscuro, del sonido. Empezaba a darse cuenta de todo el dolor -y tal vez la insatisfacción secreta incluso- que encerraba la dulzura de aquella frase, pero no por ello sufría.


Marcel Proust (Francia, 1871-1922) 

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