Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 14 de noviembre de 2017

Eclipse: EL DÍA QUE ÉL SE DIGNE A ENJUGAR MIS LAGRIMAS, de Kenzaburō Ōe

"... cuando estaba en Manchuria para observar en las mejores condiciones posibles un eclipse de sol."
 
(Fragmento del capítulo IV)

«Para mi mente de niño, debía de haber fuera de casa gente que trataba de destruir mis días felices, que iban a comenzar aquel mismo día en el almacén y pertenecían exclusivamente a AQUÉL y a mí. Si aquella gente hacía acto de presencia, yo estaba resuelto a batirme valientemente con mi vieja bayoneta de la guerra ruso-japonesa, que había utilizado hasta entonces para cortar el pienso de las bestias, y que parecía una barra de hierro ennegrecida», dijo «él». «Se diría que la vida en ese trastero resultó realmente divertida para usted. ¿Le recibió bien su padre?» «¡Ni siquiera intenté entablar conversación con él! Estaba muy oscuro allí dentro. Al entrar en el trastero encendí la bombilla desnuda que colgaba junto al dintel cubierta con un trapo negro, como establecían las ordenanzas de defensa pasiva; AQUÉL miraba fijamente el fondo del trastero y llevaba puestas las gafas de buceador con los cristales recubiertos de celofán que yo llevo en este momento, pues sin duda ya se había decidido a impedir que los demás pudieran descifrar la expresión de su rostro. Había preparado esas gafas cuando estaba en Manchuria para observar en las mejores condiciones posibles un eclipse de sol. Alrededor del sillón de barbero en el que estaba sentado habla no sé cuántas pilas de grandes libros en lengua extranjera. Debían de ser tratados de agricultura, pues, según lo que he leído después en los documentos militares, había proyectado traer al valle a sus "camaradas" de Manchuria para roturar las tierras que lindan con los bosques, ¿sabes? A decir verdad, cuando yo fui a vivir al trastero creo que ya había perdido las ganas de leer esos libros. Me hace pensar así que llevara continuamente puestas sus famosas gafas, incluso de noche. Con las gafas de buceador puestas AQUÉL no podía ver con claridad nada de lo que había en el trastero, pienso yo. Cuando encendí la bombilla del dintel, percibió en seguida una luz que le resultó desagradable y me lanzó un silbido como los que se hacen para espantar a los polluelos.»
 
 
Kenzaburō Ōe (Japón, 1935). Obtuvo el premio Nobel en 1994.

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