- Bueno, Pito Pérez, pero ¿de quién se trata? Tanto misterio para viajar con una mujer y tanta virtud en ella, me parecen incomprensibles.
- ¡Pues de quien se ha de tratar! Del esqueleto de una mujer, armado cuidadosamente por el médico de Zamora y utilizado por los practicantes del hospital para estudiar anatomía.
- ¡Qué bárbaro! ¿No siente usted miedo de acostarse con un esqueleto?
- Miedo, ¿y por qué? ¿No somos nosotros esqueletos más repugnantes, forrados de carne podrida? Y sabiéndolo, buscamos el contacto de las mujeres. La mía no padece flujos, ni huele mal, ni exige cosa alguna para su atavío. No es coqueta ni parlanchina, ni rezandera, ni caprichosa. Muy al contrario, es un dechado de virtudes. ¡Qué suerte tuve al encontrármela!
- Aquí está su fotografía, conozca usted a la señora de Pito Pérez, colgada de su brazo; admire sus grandes ojos, sus dientes blancos, y fíjese que sobre su corazón lleva atado un ramito de azahares, como el que llevo yo prendido en la solapa de mi levita. La Epístola de San Pablo dice que el matrimonio acaba con la muerte; el mío ha comenzado con ella, y durará por toda la eternidad. (Página 109)
(...)
- Basta de necedades -interrumpió el Presidente-. Ni lo fusilo, ni lo saco de aquí. Le doy el cementerio por cárcel, hasta que me prometa no emborracharse nunca. Fuera todo el mundo. Dejen solo a este loco, para que reflexiones y se enmiende.
Lentamente salieron los espectadores de aquel drama fallido, y Pito Pérez se dejó caer sobre un montón de basura, desolado y triste, al comprobar que la Muerte, laque el creía su fiel amante, ¡también lo engañaba!
Se hizo de noche y a la luz de los cirios siderales, de bruces sobre una sepultura, Pito Pérez parecía un hito de carne entre el cielo y la tierra. Tal fue su destino: pequeño punto de referencia entre lo humano y lo inhumano. ¡Lo humano!: facultad de amar, tristeza de odiar, consuelo de llorar. ¡Lo inhumano!: impotencia de amar, goce de odiar, envidia ruin por no saber llorar... (Página 140)
José Rubén Romero (México, 1890-1952)